Han pasado cuatro meses desde la asunción del nuevo gobierno, lapso suficiente para realizar un primer balance y trazar hipótesis preliminares sobre el futuro.
Como en el método de la caja china (donde una caja grande contiene a una caja más pequeña y ésta a su vez otra más pequeña y así sucesivamente), nuestro análisis considera algunos de los deseos explícitos del Presidente y su visión de país, y propone una explicación de porqué tomó ciertas decisiones.
Algunos ministros e interlocutores habituales del Presidente afirman que Macri avizora tres etapas de su gobierno de cuatro años.
La primera es la etapa de lo urgente; la iniciamos apenas asumió la nueva administración. Está focalizada sobre todo en resolver la herencia del pasado: salir del cepo, del default y del atraso cambiario.
El Presidente considera que para que el país crezca y se desarrolle resulta imprescindible resolver antes esa pesada carga. Para hacerlo, el gobierno eligió el camino del shock. Logró éxitos donde la mayoría de los analistas y políticos pronosticaban fracasos, y consiguió que amplios sectores de la oposición acompañaran en el Congreso la sanción de la ley que habilita el acuerdo con losholdouts.
Para Macri este combo se completa con dos acciones que considera esenciales: pacificar el país e integrarlo al mundo. El Presidente está dando señales claras en estos tópicos, que son parte de la marca que él quiere construir y legar a los argentinos. Son dos dimensiones que van a estar presentes en toda su gestión.
La segunda es la etapa de lo importante se vincula con problemas que han tomado envión y se sienten ahora más que antes: el crecimiento de la inflación, de las tarifas y del desempleo, y el control del déficit público. Macri cree que son importantes porque su recurrencia en nuestra historia explica, en buena medida, el fracaso argentino.
No sabemos todavía cual será el resultado de esta etapa, aunque conocemos el deseo presidencial manifestado públicamente: lucha frontal contra la inflación y descabezamiento del déficit del Estado.
Macri tomó la decisión de avanzar rápido y de manera contundente. Antes, hubo un debate interno muy cerca del primer mandatario acerca de si era posible seguir en esta etapa con el gradualismo o, por el contrario, si había que implementar una política de shock. Primó esta última, es decir, terminó por imponerse el mismo método que se utilizó para salir del cepo, devaluar y terminar con el default. El Presidente consideró que no tenía opciones mejores, que para corregir los graves desequilibrios había que tomar las decisiones ahora y de una vez: ajustar las tarifas públicas y aumentar la tasa de interés en la que individuos, empresas y el Estado se endeudan.
Las razones de esta decisión y de la elección de la táctica de shock hay que buscarlas en la información que maneja el gobierno. El Presidente sigue manteniendo un fuerte apoyo popular, y las expectativas de los argentinos se mantienen optimistas acerca del futuro ya que la mayoría opina que el país y la propia situación individual estarán mejor en un año. Además, la oposición se mantiene débil frente al gobierno: los gobernadores están muy necesitados de fondos –que la Nación provee-, y el peronismo carece de un liderazgo.
La visión del Presidente y de su gobierno es que 2016 será un año muy duro, que los números de inflación, recesión y desempleo serán peores que los admitidos públicamente, y que la pobreza seguirá en aumento. Su apuesta es que estas medidas dolorosas den lugar a un 2017 –año electoral- mucho mejor, favorecido también por el ingreso de fondos para financiar el gasto público vía endeudamiento externo, y la llegada de inversiones productivas.
El gobierno prevé que las medidas impopulares implementadas afectarán negativamente la valoración que tiene en la opinión pública; pero cree que podrá revertirla cuando mejore sensiblemente la situación a partir del año próximo.
Sin embargo, surgen algunas preocupaciones: el costo social de las medidas en términos de aumento de los despidos y del nivel de pobreza, que las negociaciones salariales en el segundo semestre del año no logren desacoplarse del aumento de inflación provocado por los recientes ajustes tarifarios, y que no resulte posible reducir sensiblemente el exorbitante déficit público sino, más bien, limitarse a cambiar la fuente de su financiamiento. Se cree que una parte de la reducción del déficit y de la emisión monetaria de los últimos dos meses se debió a la disminución en los pagos de deudas a los proveedores y a la parálisis de la obra pública, que en algún momento deberán regularizarse.
Algunos creen que lo mejor hubiera sido explicar el “porqué” y el “para qué” de los inevitables ajustes: admitir sus efectos, mostrar sensibilidad, implementar al mismo tiempo algunas medidas sociales, anunciar que el objetivo es terminar con la inequidad que significa que el país subsidie las bajas tarifas que pagan los argentinos del área metropolitana –AMBA-, y sostener que esta política permitirá revertir el estancamiento y generar un fuerte crecimiento a partir de 2017.
Sabemos también que hubo reproches internos por la infeliz coincidencia de los anuncios oficiales con el informe de la UCA sobre el aumento de 1,4 millones de pobres en los tres meses de la nueva gestión gubernamental, que sorprendió y preocupó por sus resultados.
Con todo, resulta sorprendente lo que el gobierno ha hecho en tan poco tiempo; apenas cuatro meses, que parecen cuatro años. La impresión que deja es que ha superado escollos importantes y que ha demostrado habilidades que se creía carecía, como la negociación política con gobernadores y legisladores de la oposición, responsabilidad primaria del ministro del interior Frigerio y del presidente de diputados Monzó.
La tercera fase del gobierno que se habla cerca de Macri es la etapa de lo necesario, es decir, de las acciones que permitirán insertar al país en la senda del desarrollo. El Presidente cree que la manera de dejar atrás nuestra historia pendular de crecimiento y crisis recurrentes es a través de una estrategia exitosa de desarrollo, incorporando al país en el mundo, con instituciones fuertes, con actores económicos, políticos y sociales competitivos, y con valores adecuados. Un país con mayor peso en el comercio internacional y en las decisiones políticas mundiales, y líder en la región.
Es una etapa que Macri cree que podrá iniciar, en el mejor de los casos, en la segunda mitad de su mandato, y que necesitará de por lo menos una década para consolidarse. No hay mayores precisiones, salvo unos pocos pensamientos de los más reflexivos dentro del gobierno que pronostican que el desafío será ambicioso: quebrar los tradicionales privilegios de sectores poderosos e iniciar una larga temporada de reformas profundas para sostener la transformación del país.
Por ahora nadie aventura el resultado final.