Ni el sorpresivo asesinato de una legisladora laborista británica pro Unión Europea logró finalmente revertir el resultado. La salida del Reino Unido de esa comunidad de naciones fue apoyada más que la permanencia por una diferencia mínima de poco menos del 4%. La moneda al aire que lanzó irresponsablemente el primer ministro inglés Cameron en 2012 para comprar votantes euro-escépticos cayó del lado que no se esperaba.
Este es el epílogo de un final anunciado. Londres intentó en la década de 1950 un camino alternativo al de la Comunidad Europea con los países nórdicos, con mayor énfasis en el libre comercio, en respuesta a su histórico recorrido aislacionista del continente, que se remonta a tiempos de Guillermo el Conquistador. Si Napoleón y Hitler no pudieron con Gran Bretaña, tampoco podrá Europa, se sostenía entonces.
Pero a mediados de los años de 1960 la sofisticada y orgullosa diplomacia del ex Imperio asumió que había que tragarse el orgullo y la tradición y pedir la incorporación al Tratado de Roma. Eran otros tiempos, marcados por la Guerra Fría. A partir de entonces, el gesto fue incompleto. En efecto, el Reino Unido tironeó con la Unión Europea para obtener numerosos beneficios, como, por ejemplo, mantener su moneda -la libra esterlina- y no acogerse a la legislación comunitaria en varios temas.
Este año el primer ministro Cameron había logrado nuevos beneficios bajo el paraguas de la “integración a dos tiempos” a cambio de la promesa de que él apoyaría en el referéndum la permanencia de su país en esta comunidad de naciones. La jugada le salió mal.
La primera enseñanza de Brexit al mundo es que el populismo puede ganarle al capitalismo cuando, en circunstancias determinadas, los gobiernos favorecen ciertas condiciones. Curiosamente, este cambio no se debió a la emergencia de la sociedad sin clases que Karl Marx había anunciado para Gran Bretaña. El capitalismo, que logró derrotar al marxismo, acaba de ser jaqueado por el populismo en su terreno. Una ironía de la historia.
Algunas circunstancias crearon el caldo de cultivo: la exacerbación de la cultura política inglesa en contra del continente y a favor de la autonomía, la reaparición de expresiones xenófobas como respuesta a la grave crisis migratoria que tiene a Europa como destino, las crecientes críticas a la burocracia europea, el estancamiento de la economía comunitaria, entre otras.
Estas circunstancias no hubieran sido suficientes sin la aparición del detonante que prendió la mecha: la resignación política de los líderes. La forma que tomó este abandono de la autoridad y de la responsabilidad fue el referéndum.
Los líderes políticos, algunos por incapaces de resolver una situación que se le había escapado de las manos, otros aprovechando la debilidad de la política o creyendo que obtendrían una ventaja circunstancial, transfirieron su responsabilidad a la sociedad, al cuerpo electoral, solicitándole que tomara una decisión que, por su gran complejidad y por las enormes consecuencias que depara, la democracia representativa reserva a las instituciones del Estado. Una típica acción populista. Así les fue.
Está en el espíritu del pensamiento utópico y del realismo mágico (al que los argentinos muchas veces nos hemos manifestado devotos), que encarna el populismo, considerar la participación ciudadana como sinónimo de gobierno del pueblo, es decir, no complementario sino opuesto al gobierno representativo de la democracia moderna. En el caso de Brexit, fue el propio gobierno inglés el que asumió este pensamiento, y lo corporizó apelando al referéndum, cuyo resultado –se sabe- no es de cumplimiento obligatorio.
Vale recordar una frase que se le suele adjudicar a Charles De Gaulle, que diría algo así: “no hay que poner a consideración de mucha gente cosas muy importantes”.
Las primeras víctimas de Brexit (quizá sean las únicas) fueron los mismos ingleses. El valor de la libra se desplomó, las previsiones de crecimiento del país se redujeron a la mitad y el gobierno tuvo que salir a prometer una fuerte reducción de impuestos para que las empresas permanezcan en suelo británico.
Brexit también liquidó a las cabezas de los principales partidos políticos: Cameron renunció, al igual que el jefe de los independentistas. El líder del partido laborista probablemente seguirá los mismos pasos al haber perdido su base de sustentación en el Parlamento.
La decisión de los ingleses de separarse de la Unión Europea también mostró la división entre jóvenes y viejos: los primeros (que valoran más el trabajo), a favor de quedarse; los segundos (más apegados a la tradición), de irse.
Finalmente, es probable que Brexit genere más “brexits”: Escocia, cuyos votantes se inclinaron por evitar la salida, solicitó un status especial que le permita ser miembro de la Unión Europea como lo es hoy en día como parte del Reino Unido. Esta situación será seguramente un detonante para que ese “país” del norte inicie el proceso institucional que conduzca a la independencia. ¿De qué otro modo podría Escocia ser parte de la Unión Europea permaneciendo en una nación que decidió dejar de serlo? William Wallace, el mítico guerrero escocés llevado a la fama en la película “Corazón Valiente”, está de regreso.
Las consecuencias de Brexit para Europa están en discusión. Por ejemplo, si bien la salida del Reino Unido reducirá 13% el PBI y el 17% del presupuesto militar conjunto de la Unión Europea, también es cierto que permitirá despejar la incertidumbre que generaba la “integración a dos tiempos” impuesta por los ingleses y terminar con el veto de aquel país que paralizaba algunas negociaciones y a las organizaciones comunitarias. Además, si finalmente el gobierno del Reino Unido cumple con la decisión popular y deja el cuerpo comunitario, numerosas empresas –y sus inversiones- deberán mudarse al continente (un mercado mucho más grande), lo que favorecerá a los países de la “nueva” Unión Europea.
¿Como impactará Brexit en Argentina? En el plano institucional, esta situación es auspiciosa, porque debería servir para que nuestros dirigentes adviertan que el populismo, o sea, la abdicación de la responsabilidad política en las democracias modernas, debilita a los gobiernos y empobrece a los ciudadanos y, lo que es peor para aquellos, provoca un recambio de los liderazgos. El mensaje es claro: la participación popular renueva y amplía la democracia, pero no debe ser utilizada para debilitarla, para sustituirla por el gobierno del pueblo.
Algunos sostienen que Brexit generará más incertidumbre en una economía mundial que crece poco o nada, afectando a los países emergentes, como el nuestro. Resulta llamativo este comentario, sobre todo si tenemos en cuenta que esta situación sucede en el corazón de uno de los países de mayor desarrollo del planeta, y afectará en primer lugar a la comunidad más grande de naciones desarrolladas.
Nuestra hipótesis es que Brexit abre oportunidades para nuestro país, porque los inversores, sensibles al riesgo (sobre todo del que no lograron anticipar), buscarán nuevos horizontes con mayor interés. Por lo tanto, dependerá de nosotros, los argentinos, que estemos a la altura de esta oportunidad, reformando nuestra economía, integrándonos realmente al mundo, bajando impuestos al trabajo y a la producción, terminando con los oligopolios, liquidando la inflación y el abultado déficit del Estado, promoviendo el desarrollo como única manera sustentable para ganarle a la pobreza, respetando los contratos, y dejar atrás nuestra triste fama de apropiadores de los dineros de ciudadanos y empresas. Todo está por verse.