La reciente llegada al poder de Cambiemos en Argentina coincidió con algunas novedades en la región, que no fueron anticipadas y que hoy presentan riesgos pero también oportunidades. Los modelos que imperaron por 15 años están agotados; los liderazgos políticos nacen débiles o son fuertemente cuestionados. ¿Está surgiendo un nuevo paradigma? Los desafíos que el gobierno de Macri deberá considerar, necesariamente.

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 10 24 de agosto 2016

América Latina: crisis de los modelos económicos y de los liderazgos políticos

La reciente llegada al poder de Cambiemos en Argentina coincidió con algunas novedades en la región, que no fueron anticipadas y que hoy presentan riesgos pero también oportunidades. Los modelos que imperaron por 15 años están agotados; los liderazgos políticos nacen débiles o son fuertemente cuestionados. ¿Está surgiendo un nuevo paradigma? Los desafíos que el gobierno de Macri deberá considerar, necesariamente.

I.

La primera novedad en la región tiene que ver con la crisis de los modelos económicos y sociales, y con la crisis de los liderazgos, que han puesto en serias dificultades a los gobiernos y a sus gestiones.

Detengámonos en algunos de los países de América Latina que hasta hace tan sólo un par de años eran las estrellas: Chile, Colombia y Perú, que han visto caer su ritmo de crecimiento económico.

Los gobiernos de estos tres países han optado por políticas de apertura e integración al mundo, disciplina fiscal y políticas no populistas. Durante años tuvieron gran éxito, al lograr disminuir la pobreza, generar crecimiento económico por períodos prolongados, aumentar el intercambio comercial, etc. Sin embargo, en estos momentos pareciera que el modelo económico y social está cerca de agotarse, que no es suficiente para asegurar el desarrollo sostenible.

También están en crisis los llamados gobiernos progresistas, es decir, los que tradicionalmente han sido ocupados por coaliciones de centro-izquierda salvo por lapsos breves. Los ejemplos más reveladores son los de Chile y Uruguay. Los presidentes Bachelet y Vázquez están siendo muy cuestionados, todos los días disminuyen los consensos públicos que otrora los lanzaron a la presidencia.

Es decir, a los gobiernos que abandonaron las políticas populistas no les está yendo bien, incluyendo los de centro-izquierda.

Pero tampoco les fue bien a los países que abrazaron el populismo, como Brasil, Ecuador, Venezuela y Argentina.

En Brasil, la grave crisis económica y los explosivos hechos de corrupción provocaron la suspensión de la presidenta Rousseff, que probablemente tendrá como epílogo su destitución.

En Ecuador, el presidente Correa, que se creía era imbatible, enfrenta sus primeras dificultades serias que podrían poner en jaque su supremacía, que coincide con la pronunciada y prolongada baja del precio del petróleo crudo, principal fuente de ingresos del país.

Ni que decir en Venezuela: una pseudo-democracia tutelada por los militares es lo único que le permite al presidente Maduro mantenerse en el poder; es lo que queda de la herencia de Chávez.

En Argentina, el advenimiento de una nueva coalición de gobierno pareciera ser producto del agotamiento del modelo populista que se amplió sobre todo durante los dos mandatos presidenciales de Cristina Fernández de Kirchner.

¿Qué es lo que está pasando? En primer lugar, hay un agotamiento de los modelos económicos y sociales que fueron hegemónicos en los últimos 15 años; tanto los más cercanos como los más lejanos a las políticas populistas. La opinión pública no está satisfecha, las demandas han cambiado, los gobiernos no son eficientes en las respuestas, las instituciones públicas están siendo cuestionadas por la comunidad y surgen nuevos competidores a la política tradicional. Si bien es un fenómeno que ya se venía anunciando, su detonación es reciente.

En segundo lugar, la incertidumbre provocada por el agotamiento de los modelos orientativos de la sociedad está generando una crisis de los liderazgos políticos. En el plano electoral es posible advertir esta situación en la situación de empate emergente de las últimas elecciones presidenciales en la región.

En efecto, si nos detenemos por un momento en los resultados de las últimas elecciones presidenciales en Perú y Argentina, los dos nuevos presidentes, Kuczynski y Macri, lograron imponerse por un estrecho margen y, además, no obtuvieron las mayorías parlamentarias necesarias para poder gobernar. La opinión pública aparece muy dividida, lo que dificulta el armado de consensos mayoritarios. Por consiguiente, los liderazgos nacen debilitados, a lo que se suma la enorme dificultad de encarar con éxito el combate al estancamiento o la crisis económica preexistentes.

Es posible que estemos en un proceso de cambio hacia un nuevo paradigma que, por ahora, no logramos vislumbrar.

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II.

La segunda novedad es la ausencia de un liderazgo competitivo a nivel regional, y de un “modelo a seguir”. Brasil y Venezuela, que por años disputaron ese lugar, están ensimismados por sus crisis. México, está demasiado lejos de la región. Argentina, que en las últimas décadas abdicó de su antiguo impulso por ocupar el centro regional, no ha definido si asumirá el desafío.

Brasil realizó el último intento por constituirse en líder regional a comienzos de este siglo, cuando Itamaraty promovió la separación de América del Sur de América Central, siendo el UNASUR el principal producto de esa estrategia. Al mismo tiempo, nuestro vecino emergía como en el principal interlocutor entre los EE.UU y los países de la región más díscolos hacia la potencia del norte, Argentina y Venezuela. Sin embargo, la intención de Brasil por ocupar el centro del liderazgo regional quedó incompleta, debido probablemente a la dinámica centrífuga que se instaló en América Latina a partir de la preeminencia del eje ideológico “bolivariano”, que impactó fuertemente en el sistema de relaciones entre los países, merced a la enorme influencia de Chávez en este sentido.

Al mismo tiempo, algunos países de la región buscaron equilibrar la creciente presencia del Brasil. Luego de aceptar a regañadientes la creación del UNASUR, sus vecinos comenzaron a boicotear un esquema que los limitaba a formar parte del área de influencia de esa gran nación sudamericana. En su búsqueda de mayor autonomía, impulsaron entonces la creación de organizaciones que abarcaran a otras naciones de América latina y del Caribe, como la Alianza del Pacífico y la CELAC.

Por otra parte, los factores que le permitieron al Brasil avanzar en sus planes regionales ya no están presentes. Por ejemplo, los Estados Unidos, que durante un tiempo dejó de prestarle suficiente atención a nuestra región debido a los conflictos que enfrentaba en Iraq y Afganistán, hoy pareciera estar de vuelta, aunque habrá que esperar los resultados de las próximas elecciones presidenciales en aquel país para confirmar esta hipótesis. Este panorama tiende a consolidarse luego de la muerte de Chávez, y por la (por ahora tímida) voluntad de Argentina de recuperar parte de su influencia perdida.

En el último tiempo, este proceso ha sido reforzado por la necesidad estratégica que tiene México de acercarse a sus vecinos del sur. En efecto, la nación azteca ya no puede depender únicamente de comerciar con Estados Unidos, en donde la oposición al libre comercio y a la inmigración mexicana están en ascenso. Aterra a los mejicanos una posible victoria de Trump.

Es en este marco que debe ser leída la reciente visita del Presidente mexicano Enrique Peña Nieto a Buenos Aires. El ilustre visitante propuso un mayor acercamiento comercial a la Argentina a través de la firma de un tratado de libre comercio. La propuesta fue recibida con cautela por el Presidente Macri, preocupado por las consecuencias que tendría la apertura e integración con aquel país.

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III.

La tercera novedad es el fracaso del Mercosur. Sus miembros no sólo han incumplido el mandato original de transformar este espacio regional en una unión aduanera, sino que tampoco han logrado conducirlo hacia un área de libre comercio. De esta manera, la regla del bloque regional que prohíbe a los países negociar individualmente acuerdos comerciales con terceros, ha perjudicado sobre todo a los socios más pequeños.

Este fracaso expresa la preeminencia de una visión insular y conservadora, impuesta por las dirigencias políticas y empresariales de nuestros países (salvo algunas excepciones provenientes de los sectores más dinámicos de la economía) que identifican en la integración regional y el comercio internacional el origen de sus penurias antes que una oportunidad, con la excusa de que traerá más pobreza, destrucción de las fuentes de trabajo y crisis social.

Sin embargo, es posible que del fracaso del proceso de integración regional del Mercosur surja la oportunidad y, con ello, un nuevo “modelo orientador” en la región que favorezca la emergencia de un nuevo liderazgo regional. Más precisamente, un escenario posible es que los nuevos liderazgos no se definan más a partir de la competencia entre países sino a través de la capacidad de éstos de conformar bloques económicos que puedan negociar exitosamente con otros bloques comerciales.

Tres son las condiciones preexistentes para que ello ocurra: que los países del bloque realmente integren sus economías, que funcionen las instituciones comunitarias (por ejemplo, que haya unión aduanera) y que comprendan las virtudes de los acuerdos de libre comercio con otros bloques regionales (y que negocien bien las externalidades negativas que prevalecen durante la transición).

En América del Sur este proceso recién está comenzando. El actual gobierno argentino se manifestó a favor de iniciar negociaciones entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico. Pero, como es un proceso que durará años, es posible que esa declaración exprese en realidad la necesidad de postergar la normalización del comercio exterior, habida cuenta de la herencia que recibió Macri signada por una enorme presión tributaria y abultados costos y precios internos.

Un indicio abona esta hipótesis: en la última ronda de negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea llevada a cabo en Buenos Aires en mayo pasado, ambos bloques intercambiaron ofertas muy pobres y sin un cronograma de largo plazo. Brasil propuso a la Argentina un mayor compromiso para avanzar más rápidamente hacia un acuerdo con el bloque europeo; obtuvo una respuesta negativa de nuestro gobierno.

Brasil insistió, esta vez solicitando a sus socios permiso para negociar individualmente un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que también obtuvo un no de Argentina. Los motivos esgrimidos por los negociadores argentinos fueron contundentes: nuestro país no está en condiciones de completar un proceso de integración en serio y menos aún de establecer acuerdos de libre comercio, debido a que, salvo en algunos sectores, no somos competitivos.

Fue cuando esta información se filtró a la prensa que el gobierno argentino anunció que iniciará conversaciones con la Alianza del Pacífico que, como dijimos, durarán años antes de que se llegue a un resultado que tenga algún impacto.

Sin embargo, si nos alejamos de la distorsión que provoca la coyuntura y levantamos la vista, notamos que Macri volvió a poner en el centro de la agenda pública la necesidad de integrarse al mundo, y definió además que la forma de lograrlo será a través de negociaciones con otros bloques comerciales. Es una oportunidad estratégica, no solo porque el mundo va en la misma dirección, sino sobre todo porque, al convertirse en el puente entre el Mercosur y los demás bloques, nuestro país ganará influencia política y económica regional.

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