El martes 8 nos fuimos a dormir creyendo que ganaría Hillary y al despertar el miércoles 9 Trump era el presidente electo de los Estados Unidos. Todo al revés de lo que se decía. Las encuestas y los principales medios del mundo daban por ganadora a la candidata demócrata. ¿Acaso Wall Street no había festejado con anticipación esa predicción con importantes subas en los mercados de acciones? ¿Qué pasó?

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 13 9 de noviembre 2016

Trump presidente, o sea, el triunfo de las masas sobre el establishment

El martes 8 nos fuimos a dormir creyendo que ganaría Hillary y al despertar el miércoles 9 Trump era el presidente electo de los Estados Unidos. Todo al revés de lo que se decía. Las encuestas y los principales medios del mundo daban por ganadora a la candidata demócrata. ¿Acaso Wall Street no había festejado con anticipación esa predicción con importantes subas en los mercados de acciones? ¿Qué pasó?

Este resultado electoral puede ser interpretado como una revuelta del votante norteamericano en contra del establishment. Hillary representaba como nadie al círculo rojo que fue derrotado en las urnas. Trump no sólo le ganó a la candidata demócrata, sino también a la burocracia del gobierno federal, a Hollywood, a los sindicatos, a los medios de prensa, a Wall Street, a los músicos, a las universidades, a las organizaciones del deporte profesional, a los centros de cultura y a los intelectuales; incluso le ganó a parte del partido republicano que nunca creyó en él y que votó en su contra.

De esta manera, Hillary ganó donde se concentran estos grupos, en los estados de la costa oeste y en los de la costa noreste de los Estados Unidos. Por ejemplo, la candidata demócrata arrasó en Washington DC, y en los estados de Nueva York y California. Trump se impuso en casi todos los demás estados, incluso en varios que habían apoyado al demócrata Obama en las dos últimas elecciones presidenciales.

La segunda novedad del triunfo del candidato republicano es la derrota –por así decirlo- de la política y de los aparatos políticos. Trump condujo su campaña por fuera de la maquinaria partidaria y su discurso fue, sobre todo, muy crítico de la política y los políticos; le habló directamente al americano medio, incluso combatiendo a los medios de comunicación, intermediarios de su palabra con el votante.

Más aún, su victoria contradice lo que creíamos conocer acerca de qué demandan los votantes a sus líderes: experiencia, sensibilidad, moderación, reflexión y conocimiento. Pues bien, triunfó el candidato extravagante y sin experiencia de gobierno (nunca ocupó un cargo público) y proveniente de afuera de la política, con un discurso duro, poco elaborado, directo y polarizante; mientras que fue derrotada la candidata tecnócrata, preparada en exceso, con amplia trayectoria poli-funcional, esposa de un ex presidente y conocedora del poder y de los secretos de Washington. Tampoco resultó suficiente su condición de mujer.

Sin duda, la derrota principal fue de la prensa. Manifiestamente a favor de Hillary, los grandes medios de comunicación lograron instalar la sensación de que el villano sucumbiría ante el bien y la democracia, generando una creciente y amplia coalición social y sectorial de apoyo a la candidata demócrata. Las bruscas reacciones de Trump por este alineamiento masivo obtuvo respuestas burlonas que aumentaron la imagen de un candidato herido y desesperado, a punto de ser derrotado, sin posibilidades.

Los resultados de estas elecciones son un ejemplo extraordinario de los límites de la información y de nuestra percepción. Informados por los grandes medios de prensa estadounidenses y por las encuestas, e influidos por principales formadores de opinión (comentaristas, organizaciones, actores, músicos y empresarios reconocidos), todos ellos pro-Hillary, se fue conformando una opinión mundial casi unánime que la candidata demócrata ganaría ampliamente.

Esta impresión (traducida en opinión, y luego en certeza) resultó patente para los que siguieron la programación televisiva de la CNN durante la tarde y noche del martes 8: de cada cinco votantes entrevistados, cuatro manifestaban haber votado por Hillary; una mayoría clara, irreversible. Sólo el gesto serio y distante del siempre sonriente embajador americano en Argentina, Noah Mamet, retratado una y otra vez por la TV argentina mientras ofrecía una recepción en la víspera, podía generar alguna sospecha de que algo no andaba del todo bien.

Por lo que sabemos, uno de los principales medios gráficos argentinos que tenía preparados para su publicación en la edición del 9 de noviembre varios artículos sobre el significado de la victoria de la Sra. Clinton, se encontró avanzada la noche con el problema de tener que sustituirlos.

Días antes, esta impresión de que el “bien” se impondría sobre el “mal” sedujo también a nuestro gobierno, que no dudó en apoyar expresamente a la demócrata, y a rechazar al republicano.

La otra fuente de información para el análisis, las encuestas, merece un capítulo. Sólo dos de diecinueve grandes firmas de encuestas de opinión pública acertaron el resultado. No es la primera vez, ni tampoco será la última. Esta situación nos lleva a preguntarnos si el motivo de tan vergonzoso desenlace hay que buscarlo en el “voto vergonzante” de los electores entrevistados que prefirieron esconder su inclinación por el candidato republicano o, más bien, en la incapacidad de las empresas de relevamiento de identificar e interpretar correctamente los cambios demoscópicos profundos que se vienen produciendo en el pueblo norteamericano. Además, es posible que metodologías descriptivas hayan sido utilizadas para predecir comportamientos, con evidente fracaso.

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Un país dividido en dos

El sistema electoral vigente en el país del norte es indirecto, es decir, los ciudadanos votan a electores que se identifican con los candidatos que, a su vez, serán los que elijan al presidente. El candidato que obtiene más votos en cada estado de la unión se queda con todos los electores que se eligen en los respectivos distritos (salvo en dos estados, que los distribuye proporcionalmente).

De esta manera, es posible que el presidente electo, a pesar de haber obtenido la mayoría de los electores, haya sumado menos votos ciudadanos que el candidato perdedor.

Este es el caso de la elección actual: la candidata perdedora Clinton superó por 200.000 votos al candidato ganador Trump,  sumando respectivamente 47,6% y 47,5%.

Aunque Trump pasara al frente por unos pocos votos, lo cierto es que Estados los Unidos surge de esta elección dividido en dos partes iguales. El desafío del novel presidente es, sin duda, cerrar esta brecha, y recomponer las heridas que dejó la campaña más dura y polarizante de la historia americana moderna.

No será una brecha fácil de cerrar. Los desencuentros son profundos y se basan en la abierta competencia entre dos paradigmas opuestos que, últimamente, han tenido transformaciones en su interior. Por ejemplo, Trump rompió con la tradición republicana a favor del libre comercio al proponer volver al proteccionismo. Esta capacidad del candidato republicano de leer y dar respuesta al creciente descontento social, le valió el apoyo de los votantes de las áreas golpeadas por la desindustrialización.

Por otra parte, Trump interpretó correctamente los efectos nocivos de la globalización, utilizando a su favor la percepción negativa que el multiculturalismo tiene en amplios sectores de la población. De esta manera, condujo una exitosa campaña electoral basada en mensajes nacionalistas con contenidos xenófobos.

Por lo tanto, el choque de paradigmas del pasado 8 de noviembre no logró definir un resultado determinante; más bien mostró un empate. Es la combinación del sistema uninominal y mayoritario lo que permitió despejar dudas acerca del resultado y le confiere al ganador suficiente legitimidad y las mayorías necesarias para gobernar.  En efecto, en este caso el candidato republicano tendrá mayorías propias en la Cámara de Representante y en el Senado. Como si esto no fuera suficiente, Trump deberá proponer un candidato para cubrir una vacante en la Suprema Corte de Justicia, decisión que seguramente buscará hacer prevalecer la visión conservadora en el máximo tribunal.

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Trump, Brexit y Colombia: crisis de representación y de la democracia delegativa

El resultado de las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos no debería sorprendernos, por inesperado y, sobre todo, por ir en contra de la opinión ampliamente mayoritaria del establishment.  No es una novedad. Antes, y en pocos meses, los votantes ingleses y colombianos echaban por tierra en sendos referéndum las “indestructibles” propuestas de los sectores dirigentes de ambos países, provocando Brexit y la defunción del acuerdo de paz entre el presidente Santos y las FARC.

En los tres casos (la elección de Trump, Brexit y el rechazo al acuerdo de paz colombiano), hubo una combinación de tres factores que podrían explicar estos resultados inesperados: los límites que encuentra el círculo rojo de influir sobre la opinión pública, la creencia de que la decisión popular avalará las principales decisiones del establishment y la revuelta de los ciudadanos en contra de los sectores dirigentes.

Son síntomas de una creciente crisis de representación, de transformación de los liderazgos, de debilitamiento de la política y, sobre todo, del fin de la democracia delegativa.

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