Macri y el peronismo
En la recordada novela de Lois Duncan, Sé lo que hiciste el verano pasado, llevada al cine en 1997 con gran éxito de taquilla, un grupo de jóvenes que estaba festejando en una noche de playa su reciente graduación, sin querer atropellan y matan con su auto a un desconocido, cuyo cuerpo tiran al mar. Un accidente de consecuencias inesperadas, como veremos más adelante.
En vísperas del verano de 2015, otro grupo de personas, en este caso con el liderazgo de Mauricio Macri, asentó un golpe fatal al peronismo en las elecciones presidenciales de octubre. Fue sorpresivo, porque la mayoría de los periodistas, políticos, formadores de opinión y empresarios, había pronosticado la victoria del candidato kirchnerista Daniel Scioli. Y sus consecuencias también fueron inesperadas, porque el resultado generó en muchos la sensación de que el kirchnerismo estaba muerto y que el peronismo había entrado en agonía.
Ambos casos, el de la ficción y el de la realidad, comparten numerosas semejanzas, pero también una diferencia sustancial: En la novela de Duncan la víctima, que logró sobrevivir al accidente y al intento de sus victimarios de esconder el cuerpo en el fondo del mar, regresa el verano siguiente y los asesina uno a uno. Una venganza cruel y tardía.
Desconocemos cómo será el final de la historia del gobierno de Macri en relación con el peronismo. ¿La víctima podrá recuperarse y devolverle el golpe fatal a Cambiemos en las próximas elecciones?
Macri cree que no; considera que se impondrá al peronismo en la elección, en vísperas del próximo verano como lo hizo en la antesala del verano de 2015. Prevé que la gente mayoritariamente le ha dado la espalda al justicialismo y que apoyará los nuevos liderazgos, más modernos y orientados a resolver los problemas cotidianos, identificados con Cambiemos.
Su visión es que las cosas también han cambiado en el sistema político argentino: Cambiemos no tiene enfrente a un justicialismo hegemónico, ni siquiera fuerte. Lo percibe como un partido desmembrado, y a sus dirigentes como potenciales candidatos desprestigiados que no logran levantar vuelo. Imposible perder en las elecciones de octubre, pregonan desde la coalición oficialista; el final de este peronismo está cerca, se entusiasman.
Considera que a la ausencia de un liderazgo en el peronismo se suman otros factores, como la asociación directa del kirchnerismo con la corrupción (alimentada por las persistentes visitas de los jerarcas del viejo régimen a los tribunales federales) y la debilidad de la liga de gobernadores peronistas, una novedad en la política argentina.
En efecto, predomina la visión que los gobernadores peronistas son caudillos distritales que prefieren mantenerse en el poder negociando de manera individual con la administración central la obtención de recursos para sus distritos. Esta manera de percibir al otro le permitió al gobierno federal establecer una fórmula mixta de relacionamiento con los jefes provinciales, en la que se combinan política, obras públicas y transferencia de fondos, a sabiendas que la debilidad económica y financiera de las provincias es un factor de fortaleza del Poder Ejecutivo para reunir los consensos mayoritarios en el Congreso.
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Polarizar, apelando al pasado: cambios en el paradigma y en la comunicación del gobierno
Estas consideraciones confirman que el Presidente Macri utilizará el pasado como arma política para ganarle al peronismo en las elecciones de octubre. Pero las cosas no fueron siempre así.
Al inicio de su gestión el gobierno ensayó una estrategia basada en los resultados positivos que traería su política socio-económica, mientras que consideraba al pasado –asociado al peronismo- como un tema resuelto, que no necesitaba explicación por resultar harto evidente, porque había sido sepultado por el electorado. ¿Acaso el triunfo de Cambiemos en las elecciones de 2015 no era suficiente prueba de ello?, afirmaban los voceros oficiales.
La idea predominante de Macri y de su primer círculo de colaboradores era que la sola presencia de un gobierno pro mercado, racional, movilizador de inversiones y abierto al diálogo y a la negociación, favorecería un rápido crecimiento del país y, con ello, se reducirían de manera sensible y rápida los conflictos, las manifestaciones callejeras y la polarización.
La opción por el gradualismo se tomó en base a dicho escenario: ¿por qué optar por el shock, cuando la rápida mejora de la economía pondría nuevamente todo en su lugar? Más que cambio, normalización.
Por lo tanto, el esfuerzo estuvo puesto en enunciar las bondades de un futuro soñado que pronto sería realidad, haciendo palanca sobre las amplias expectativas positivas de la población, apelando a la esperanza. ¿Por qué dedicar energías en mostrar el pasado si éste ya estaba superado, si la opinión pública había resuelto no volver atrás?
Los acontecimientos sucesivos obligaron al gobierno a realizar un fuerte ajuste en su paradigma, provocando una mutación en el pensamiento presidencial.
En efecto, el fracaso de la teoría del “segundo semestre” y, posteriormente, la ausencia persistente de los anunciados “brotes verdes”, con la consiguiente baja de las expectativas en la opinión pública, puso en crisis la visión predominante en el gobierno y, con ello, su estrategia comunicacional, que aspiraba a diferenciar la gestión por los resultados obtenidos en el presente más que por la comparación con el pasado kirchnerista.
De este modo, Macri decide ahora apelar al pasado –como lo había hecho durante la campaña presidencial-, esta vez con un ojo puesto en la próxima compulsa electoral. El presente y el futuro ocupan un lugar secundario en el discurso gubernamental, mientras que irrumpen con fuerza los contenidos de la polarización: “ellos o nosotros”, “la Argentina fracasada o la Argentina exitosa”, “frustración vs esperanza”, “corrupción o ética ”, “golpe o democracia”, “paro vs trabajo” y “kirchnerismo vs Cambiemos”.
Este marco teórico con el que trabajan los estrategas gubernamentales se ha consolidando a partir de los últimos acontecimientos públicos. La movilización del pasado 1º de abril fue leída en Olivos como una manifestación de apoyo a Macri tanto como una expresión de rechazo de la población al pasado reciente, más específicamente, al kirchnerismo y al riesgo de su retorno al poder. Una lectura correcta.
Si la polarización es el eje predominante y persistente que orienta las decisiones políticas de los argentinos, ¿por qué no aprovecharlo en la campaña electoral?, afirma uno de los integrantes de la mesa chica del Presidente. Cerrar la grieta quedará, entonces, para más adelante; por ahora el gobierno depende de ella para ganar las elecciones.
Aparecen otras novedades inesperadas en el cambio del paradigma oficial: El gobierno identifica ahora a sus contrincantes y los señala públicamente, un elemento clave en su estrategia de polarización. Un posible listado no exhaustivo puede resumirse como sigue: El kirchnerismo que busca el golpe, los gremios que paran, los piqueteros que cortan las calles, los peronistas que ponen palos en la rueda, los maestros que hacen huelgas, los empresarios que no invierten y que aumentan los precios de los productos, los jueces corruptos que dictan resoluciones en contra, los legisladores que no aprueban las iniciativas del Poder Ejecutivo, etc.
Los integrantes de esta “coalición del mal” han sido denunciados por el gobierno en los medios de prensa. En su opinión, todos comparten un mismo denominador: “pertenecen al pasado que los argentinos queremos dejar atrás”. Así son calificados.
Se exhuma, de este modo, el concepto de la supremacía de la “nueva política” sobre la “vieja política”, que Macri utilizó con éxito en su campaña electoral, y que luego, ya presidente, abandonó (provisoriamente) por el de la “buena política” vs la “mala política” cuando, necesitado de los apoyos peronistas para sancionar sus proyectos legislativos, recalificó como “buenos políticos” a los que, a pesar de haber sido agrupados anteriormente dentro del clan de la “vieja política”, acompañaron con su voto las iniciativas del Poder Ejecutivo. Como se sabe, la necesidad tiene cara de hereje, sobre todo para un gobierno que no tiene mayoría propia en el Congreso.
La opción de avanzar por el camino de la polarización ha llevado recientemente al gobierno a tener que defender con énfasis sus políticas; marcando con mayor fuerza sus diferencias con “el pasado”. En su última exposición en la Cámara de Diputados surgió un Marcos Peña irreconocible: con perfil político y por momentos con declaraciones y formas que recuerdan los tradicionales debates parlamentarios, polemizó con el ex ministro de Economía Axel Kicillof quien, al asumir voluntariamente la representación del viejo régimen en el debate, le facilitó la tarea al Jefe de Gabinete, que pudo cumplir exitosamente su cometido.
Los cambios en la comunicación del gobierno traen otras novedades, por ejemplo, la aceptación a dar los debates y de responder a las acusaciones, la multiplicación de voceros oficiales, la incorporación de un lenguaje más directo y confrontativo, el aumento del volumen en las declaraciones y la mayor presencia en los medios tradicionales de comunicación. Habrá que esperar un poco más para confirmar que estos indicios expresan, definitivamente, la nueva estrategia de comunicación gubernamental.
Sea como fuere, estos elementos dan cuenta de un gobierno que finalmente ha optado por una estrategia de diferenciación con vistas a ganar las próximas elecciones de medio término, y que aprovecha las oportunidades que se le presentan y las debilidades de sus adversarios.
En Casa de Gobierno se dice que es el resultado de la vuelta del Macri auténtico, que decidió archivar hasta nuevo aviso las enseñanzas budistas y el libro de Nelson Mandela que solía entregar de regalo a los que iban a visitarlo. Se habla, incluso, de un repentino cambio de factores en la nueva formulación gubernamental: es el Presidente el que ahora influye sobre su Jefe de Gabinete, y no al revés. Las circunstancias se imponen al manual, síntoma de que se avanza en la curva de aprendizaje.
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Ganar si o si en la provincia de Buenos Aires
Otro de los cambios en el pensamiento del oficialismo tiene que ver con la provincia de Buenos Aires. Macri considera que Cambiemos debe imponerse en las elecciones de octubre, y que de no hacerlo se afectaría seriamente la capacidad política del gobierno de avanzar con las reformas que propone. Esa es la madre de todas las batallas, porque es la provincia más importante del país y porque, salvo un par de posibles excepciones, en los demás distritos electorales están cantados los resultados: allí se espera que ganen los que gobiernan.
Los estados de humor del oficialismo fueron cambiando: mientras que a fines de 2016 importantes voceros gubernamentales llamaban a desdramatizar una posible derrota en la provincia de Buenos Aires, ahora sostienen que resulta clave ganar la elección, y que así sucederá. Allí estuvo (y sigue estando) la principal fuente de poder del peronismo, y es allí donde gobierna María Eugenia Vidal, el mayor capital de Cambiemos.
El gobierno presume que la recuperación económica irá sintiéndose cada vez más, pero que no será suficiente como para garantizar la victoria en las elecciones de octubre próximo, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.
Para lograrlo, pretende aplicar un plan de acciones políticas y económicas. Entre estas últimas, el foco principal estará en seguir bajando la inflación, en mejorar los salarios reales de tal manera de empujar el alicaído consumo, en ejecutar un programa de obra pública record que movilice el mercado laboral, y en ampliar exponencialmente la oferta de créditos personales e hipotecarios.
En el plano de la política, la decisión del oficialismo es presentar una oferta electoral de candidatos “nuevos”, que le rindió frutos en el pasado, y poner a la cabeza de la campaña a la gobernadora María Eugenia Vidal, la dirigente nacional con mejor imagen y valoración.
Para completar este cuadro de polarización, el gobierno prevé (y auspicia) que el peronismo llegue a las elecciones de octubre con una oferta fragmentada y con candidatos poco atractivos o con altos niveles de reprobación pública.
La especulación del oficialismo es que su propuesta electoral en provincia de Buenos Aires obtendrá entre 30% y 38% del voto positivo y, con ello, logrará superar a cualquiera de las listas del peronismo. Nada mal si se tiene en cuenta, como referencia, que en las elecciones de medio término de 2009 y 2013 el peronismo gobernante en la provincia fue derrotado por la oposición: Francisco de Narváez obtuvo 34,5% y Sergio Massa sumó 43,8% de los votos.
Como se sabe, con el sistema de mayoría simple vigente, el ganador será quien obtenga más votos en la única vuelta electoral. Si se cumple esta hipótesis, Cambiemos tendrá dos de los tres senadores nacionales del distrito.
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¿Podrá la ficción hacerse realidad?
Cambiemos tiene buenas probabilidades de derrotar al peronismo en la elección de octubre. Tiene definido a su adversario, y encontró una fórmula –la polarización- que, al sostenerse por la voluntad de la población de no volver al pasado, se presenta –por ahora- imbatible.
La fortaleza de la valoración de sus principales líderes –Macri, Vidal y Rodríguez Larreta- entre la opinión pública, sumado a ello la ausencia de una opción clara de la oposición, son elementos que potencian el escenario de éxito del oficialismo para el próximo turno electoral.
También la enseñanza que trae la historia acrecienta las chances de este escenario: todos los gobiernos nacionales surgidos con posterioridad de la reforma constitucional de 1994, con la única excepción de Fernando De La Rúa, lograron revalidar el apoyo del electorado a nivel nacional en las elecciones de medio término. En la elección de octubre de 2017, la evaluación del desempeño del oficialismo dependerá, sobre todo, del resultado en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, como hemos visto, acontecimientos imprevistos pueden modificar los escenarios más seguros y volver obsoletas las mejores predicciones. Argentina es pródiga de eventos que no podían suceder, pero sucedieron.
Por ejemplo, es posible que una poco probable prolongación de la recesión haga fracasar la estrategia de polarización del gobierno, o que la emergencia inesperada de una opción competitiva en el peronismo logre aglutinar buena parte del voto opositor y se imponga en las próximas elecciones en la provincia de Buenos Aires.
En este caso, como en la novela de Lois Duncan, Sé lo que hiciste el verano pasado, antes del próximo verano el peronismo, que creíamos muerto, podría volver del fondo del mar para devolverle el favor al que creímos su victimario, Cambiemos, como prueba de que la ficción, a veces, se hace realidad.