Por Fabián Calle
.
Semanas atrás hacíamos referencia a la prudente decisión del espacio opositor K de barrer con cualquier tipo de referencia al régimen venezolano y de sus aliados de Cuba e Irán. La épica de la gran patria bolivariana, paradójicamente en la tierra de San Martín, que nos acompañó durante la última década, queda de esta forma tapada por apelaciones más terrenales y urgentes como los temas de empleo, precios, jubilaciones, planes sociales y gente sin techo. Un discurso que busca mostrar al espacio K, básicamente concentrado en el conurbano bonaerense, como un manto protector y de piedad de los más necesitados –e incluso de capas medias– frente al supuesto ajuste salvaje del gobierno nacional.
Pocas apariciones de la candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires y nada de retórica altisonante. La idea es agregarle 4 o 5 puntos al núcleo de votos duros para llegar o superar el 35 % que permita la victoria. Del “vamos por todo” del 2011 a las ondas de amor y paz. Los votantes más ideologizados y fieles consumidores de la retórica agonal y polarizadora que el espacio K acentuó a partir de conflicto con el campo, aceptan que esta es una tregua necesaria para ampliar su base de apoyo y escapar de la encerrona de un piso alto pero con techo bajo.
Sus acólitos también aceptan como algo inevitable (aunque anhelan que sea por tiempo breve) haber perdido el encolumnamiento acrítico de amplios sectores del peronismo, empezando por enclaves fundamentales como los del bloque propio de Senadores Nacionales y distritos como Córdoba y Salta, entre otros.
Y todo ello con la esperanza de que Cristina Fernández de Kirchner logre sumar una diferencia de votos sobre Cambiemos que regenere un clima politico, social, económico e internacional propicio y anticipatorio del resultado de octubre.
Unión Ciudadana implementó una estrategia de campaña basada en endilgarle a Cambiemos lo que en realidad su principal candidata le legó: alta inflación, bajo consumo, estancamiento económico y otros desequilibrios.
Como decíamos al comienzo, el agua tiende a buscar su camino a través de las grietas. La primera, a poco de anunciarse las listas, fue la disfuncional comparación de figuras como Yrigoyen y Perón con el ex vicepresidente y multi-procesado Amado Boudou. Más recientemente, la agudización de la crisis en Venezuela con 150 muertos, miles de heridos y numerosos presos políticos, llevó a otro miembro del espacio K a comparar esta situación con el desalojo de una fábrica de alimentos en Buenos Aires.
A contrapelo de ello, cuando el presidente Macri recuerda que Venezuela es el espejo de lo que pudimos llegar a ser, algunos dirigentes e intelectuales K prefieren obviar su tradicional defensa de ese régimen totalitario y apelan a la situación económina de nuestro país –por ellos legada- para hacer campaña y diferenciarse de Cambiemos.
Finalmente, algunos comentarios sobre la estrategia del oficialismo en la provincia de Buenos Aires de posicionar y nacionalizar la campaña a partir de elegir a Cristina Fernández de Kirchner como rival principal. Surge la duda de aquí a octubre si se volverá a repetir la fallida y paradójica apuesta del gobierno Radical en 1987-88 de darle aire al menemismo como forma de neutralizar al entonces ascendente y victorioso Cafiero.
Un repaso de la suerte de los gobiernos argentinos desde 1983 en las elecciones de medio término nos muestra a los oficialismos ganando en la provincia de Buenos Aires en 1985, 1991 y 2005, y perdiendo en 1997, 2009 y 2013. Las dos primeras victorias estuvieron ligadas a la esperanza de estabilidad económica del Plan Austral y la Convertibilidad, luego de traumáticas crisis inflacionarias. La de 2005, fue un respaldo al crecimiento económico logrado a partir de mediados de 2002 por la dupla Duhalde-Lavagna, que llevó al entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, a afirmar que Lavagna seguiría en el cargo de Ministro de Economía si ganaba en el 2003, como sucedió.
La actual administración no tiene como activo un plan que genere grandes expectativas como la recuperación económica que siguió al agudo trauma del Plan Austral y la consiguiente paridad 1 a 1 peso/dólar. Tampoco tiene los tres años de expansión económica previa como en el 2005.
Sin embargo, el actual gobierno no carga con un clima de fatiga por ciertas prácticas como las que padeció el menemismo, ni una ascendente tasa de desempleo, como sucedió en 1997.
En otras palabras, ni muy bien ni muy mal. Si a esta conclusión hubiera que proyectarla en porcentajes de votos, la conclusión sería que el gobierno obtendrá la primera minoría a nivel nacional, con más diputados y senadores, con final abierto en la provincia de Buenos Aires.
El gran Nicolás Maquiavelo afirmaba que la clave del éxito de los líderes era la combinación de suerte y virtud. Y por estas pampas se suele decir desde su paso exitoso como presidente de Boca, y luego como Jefe de Gobierno de la CABA en dos oportunidades, en plena hegemonia nacional K, y ahora como Presidente de la Nación, que Macri es un hombre de suerte. Un activo difícil de medir con los instrumentos de la Ciencia Política.