Por Matteo Goretti
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La campaña presidencial estará anclada en el pasado: la tradicional dicotomía de “lo nuevo” versus “lo viejo” será reemplazada por el debate sobre “lo menos malo”. Las principales candidaturas buscarán apropiarse de ese valor.
El peronismo centrará sus ataques en los pobres resultados de la administración Macri. Dirá que la gestión de Cambiemos generó más inflación, más deuda externa, más pobreza, caída del salario y recesión económica; el rótulo elegido será “la herencia que deja el macrismo”. Por su parte, el gobierno intentará asociar al peronismo con la corrupción, y argumentará que necesita de otros cuatro años para mostrar resultados positivos; su mensaje será resumido en el apotegma “no volvamos atrás”.
Proponer escenarios electorales a un año vista es una tarea ímproba, no tanto por las dificultades que supone hacer pronósticos en la cambiante Argentina, sino por la inestabilidad que provoca la delicada situación económica y, sobre todo, por el estado de salud que aqueja a los dos principales contendientes.
Podríamos graficar el camino que resta a las elecciones de octubre de 2019 con una carrera entre dos rengos en la que el ganador llega a la meta no por sus virtudes sino porque el otro está peor.
Es de esperar, entonces, que durante el recorrido se caigan y se levanten varias veces para seguir corriendo. Esta incertidumbre respecto del resultado final muy probablemente lleve a mantener por un tiempo -con ligeras alteraciones- el actual escenario político y electoral.
La cojera también está afectando la estabilidad física de ambos corredores. El gobierno no podrá recurrir a la que fue su fortaleza principal en las anteriores campañas: la promesa de cambio. Los resultados económicos y sociales del primer cuatrienio de Cambiemos mostrarán probablemente guarismos peores de los por sí muy malos que Macri recibió en herencia en 2015.
La cojera de Cambiemos está provocada, entonces, por la ausencia de resultados satisfactorios, por la promesa incumplida. El mayor riesgo para el gobierno es que el cambio positivo que se espera en el ciclo económico no llegue para las elecciones de octubre, facilitando la presentación de una única fórmula ganadora del peronismo.
Adicionalmente, la escasez de oposición peronista al gobierno y la insistencia de Cristina Kirchner en no hablar ni confrontar, han dejado traslucir las crecientes grietas internas en Cambiemos. Dos casos paradigmáticos han sido la renuncia de altos funcionarios tras haber propuesto visiones diferentes a las del Jefe de Gabinete y, más recientemente, las fuertes quejas públicas de Lilita Carrió por temas vinculados con la corrupción. Es sabido que en las democracias débiles como la Argentina, si no hay oposición hay que buscar promoverla, de tal manera de que no surja en el seno del oficialismo.
En el peronismo la cosa no está mejor. La centralidad de Cristina Kirchner sigue prolongando su falta de renovación y evita que surjan nuevos candidatos competitivos. El grupo partidario interno que propone avanzar sin la ex presidenta no ha logrado reunir, por ahora, adhesiones suficientes.
Eso no es todo: la gran mayoría de los líderes peronistas fueron parte integral del régimen kirchnerista; les será muy difícil diferenciarse de la figura de la ex presidenta.
La cojera del PJ reside en su fragmentación y en la ausencia de renovación. Su mayor riesgo radica no tanto en que el nuevo plan económico del gobierno muestre sus frutos antes de las elecciones del año próximo, sino en su incapacidad de ofrecer una alternativa electoral exitosa, o porque la ex presidenta mantiene su liderazgo -por ahora insuficiente para ganar una elección- o porque, como en los dos últimos turnos electorales, en 2019 el movimiento presente diferentes candidaturas, fragmentando su voto y permitiendo, de este modo, la permanencia de Cambiemos en el poder.
Por todo ello, resulta imposible prever cuál de los dos ejes prevalecerá en la campaña presidencial de 2019, si el regreso del populismo y la corrupción que Cambiemos asociará al peronismo, o la profundización del ajuste económico y de la pobreza que el PJ vinculará a la posibilidad de reelección de Macri.
Ambos rengos también dicen tener esperanzas. El gobierno augura que la actual recesión cambiará a crecimiento a partir de mediados de 2019, facilitando una cómoda victoria en las elecciones de octubre. Asegura que sus estrategos trabajan para facilitar que Cristina Kirchner sea candidata, de tal manera de volver a imponerse a un peronismo que iría con dos fórmulas, una pejotista y otra kirchnerista.
La confesión de un ministro del gobierno nacional grafica esta esperanza del siguiente modo: “en las elecciones de 2019 vamos a volver a ganar, pero ya no buscamos que nos quieran como en 2015, nos alcanza con que nos voten”.
Son numerosos los dirigentes de Cambiemos que reconocen en privado la posibilidad de que el presidente Macri –debilitado políticamente por una prolongada recesión y alta inflación– decida no competir nuevamente por la presidencia y permita que alguien de su coalición lo suceda, antes que facilitar con su intento reeleccionista la victoria del peronismo. Uno de los activos de Cambiemos es el alto nivel de valoración que concitan las gestiones de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y de Horacio Rodríguez Larreta en la ciudad de Buenos Aires, lo que los convierte en sucesores naturales de su jefe.
Por su parte, en el peronismo conviven dos esperanzas, que definen alineamientos políticos diferentes y que por ahora se expresan confusamente. Una, que sostiene que la única manera de destronar al macrismo es ofreciendo una fórmula de unidad, con el kirchnerismo adentro; la otra, con una propuesta electoral nueva alejada de Cristina Kirchner, ya que -sostienen- con ella no se gana.
Ambos grupos peronistas acuerdan, sin embargo, que la crisis económica y la consiguiente erosión política de Cambiemos, abre una oportunidad para volver al poder.
En este aspecto, hay un dato del sistema político argentino que no puede soslayarse: El peronismo ha mostrado históricamente una capacidad sorprendente de converger en un liderazgo único para retomar el poder, a pesar de las diferencias originarias. ¿Se repetirá?
Un senador nacional peronista nos asegura: “en 2019 no volveremos a caer en el mismo error que 2015 y 2017 de ir separados para que Cambiemos nos gane otra vez”, y agrega: “sigue la confusión, pero en el peronismo está la decisión de lograr los acuerdos que permitan unificar una propuesta electoral ganadora”.
Mientras tanto, y a pesar de su renguera, Mauricio Macri y Cristina Kirchner siguen ocupando el centro del sistema político, dejando muy poco espacio para la emergencia de algo nuevo. Falta mucho para las próximas elecciones presidenciales.
Un análisis profundo de las valoraciones actuales de la opinión pública permite vislumbrar algunos indicios. Las preferencias políticas de los argentinos se congregan en dos grupos “anti”: el anti-macrista y el anti-kirchnerista. El dato significativo es que uno y otro reúnen adhesiones mayoritarias: cerca del 65% de la población sostiene que no votaría por Cristina Kirchner, y otro tanto que no votaría por Mauricio Macri ni por otro candidato del oficialismo.
Esta situación, de prolongarse, podría abrir una oportunidad para la aparición de un candidato nuevo o, por lo menos, diferente, que logre capitalizar parte del significativo rechazo que reúnen Mauricio Macri y Cristina Kirchner entre los votantes.
En este caso, la repetitiva y afligente carrera entre los dos rengos podría verse resuelta no con la victoria de uno sobre el otro, sino por la repentina e inesperada aparición de un tercero que rompa con la dinámica de tener que elegir al “menos malo”. Debería ser un tercero conocido, que ya es parte del sistema político, que incluso podría ser ungido como el nuevo candidato de Cambiemos o del PJ. Un escenario por ahora poco probable, pero posible.