Por Matteo Goretti
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No casualmente, el presidente Donald Trump se ha puesto a la cabeza de la campaña electoral para fortalecer las chances de los candidatos republicanos en los principales estados de la Unión. También ha irrumpido, inesperadamente, su antecesor en el cargo, Barack Obama. Es una campaña que gira, como pocas veces antes, entre dos no candidatos: el actual presidente y su antecesor.
Esta elección es también una prueba de fuego para Trump, un líder atípico para la política americana, poco acostumbrada (más bien opuesta) al estilo directo, heterodoxo, combativo e irreverente del actual presidente, que llegó al poder por fuera del sistema tradicional y sin observar las estrictas reglas que orientan las carreras electorales en ese país.
Las elecciones del martes podrían modificar la distribución del poder entre republicanos y demócratas, y afectar la agenda de gobierno del presidente Trump.
El Partido Republicano mantiene en la actualidad el control de los cargos más relevantes. Además de ocupar la Casa Blanca, tiene 51 de los 100 senadores y 235 de los 435 representantes. De los 50 gobernadores, 33 son republicanos.
Recordemos que esta distribución política partidaria es producto de la importante victoria de los republicanos en las elecciones presidenciales de 2016, impulsada por el inesperado triunfo de Trump sobre la candidata demócrata Hillary Clinton.
En las elecciones de medio término de este martes se renuevan la totalidad de la Cámara de Representantes y 35 senadores. Además, van a las urnas 36 de los 50 estados para elegir gobernadores. También se vota para autoridades locales.
En estas elecciones las expectativas de cambio están puestas en la Cámara de Representantes. Algunos analistas prevén que el Partido Demócrata recuperará la cámara baja, hoy en manos del Partido Republicano, que tiene 42 bancas más; mientras que los republicanos mantendrían una exigua ventaja en el Senado, que en la actualidad es de 51 bancas sobre las 49 de los demócratas.
Sin embargo, otros informes ponen en duda estas previsiones al sostener que es posible que un voto vergonzante a favor de Trump, que las encuestas no pueden medir, finalmente incline la balanza a favor de los republicanos. El resultado dependerá también del número de votantes de uno y otro partido que finalmente acuda a las urnas. Final abierto.
Si miramos hacia atrás, históricamente los votantes norteamericanos han aprovechado las elecciones de la mitad del período presidencial para acotar el poder del gobierno, buscando favorecer un mayor equilibrio, la negociación entre ambos partidos y una agenda legislativa consensuada.
En los últimos 40 años, todos los presidentes norteamericanos, salvo uno (George W. Bush en 2002, luego de los ataques terroristas en su país en 2001) perdieron apoyo legislativo en las elecciones de medio término, es decir, su partido tuvo que resignar cargos legislativos a manos de la oposición.
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Estados Unidos visto desde la Argentina
La lectura de algunos medios de comunicación y de especialistas argentinos sobre la realidad de los Estados Unidos luce distorsionada. Al prevalecer la ideología y una opinión negativa sobre Trump y su gestión, muchos anuncian (más bien desean) una amplia derrota de los republicanos en estas elecciones, lo que anticiparía -dicen (auspician)- el regreso los demócratas a la Casa Blanca en 2020. Basan su pronóstico en un presunto rechazo popular mayoritario a las políticas y a ciertas designaciones del presidente.
Esta distorsión entre realidad y análisis, que tiene su origen en posiciones individuales y de grupo que prevalecen sobre los datos objetivos y la información dura, y que a veces se exacerba por actitudes violentas, incomprensibles e incluso injustificables del presidente Trump, también afecta a ciertos medios de comunicación y formadores de opinión del país del norte, que tienen influencia decisiva sobre un sector del pensamiento argentino. El problema es que esto provoca diagnósticos sesgados y pronósticos fallidos.
La realidad en los Estados Unidos es, hoy, otra. Nos guste o no, Donald Trump reúne un alto nivel de aprobación, del 44%, cercano a los mayores índices de valoración que tuvieron en su mejor época presidentes muy populares como Reagan, Clinton, George hijo y Obama.
La economía americana viene creciendo a un ritmo acelerado del 3% anual, y el desempleo ha bajado al 3,7%, lo que significa técnicamente que está cerca del pleno empleo. Los salarios están creciendo sobre la inflación, que se mantiene por debajo del 3%. Amplios sectores económicos golpeados por la globalización se han visto favorecidos por las políticas gubernamentales.
Estados Unidos es diferente de lo que dibujan algunos de nuestros analistas locales. En aquel país prevalecen realidades muy diversas y una conformación social heterogénea. Por ejemplo, las opiniones “progresistas” de sectores de la costa este no influyen sobre la población del centro del país. En un territorio muy extenso, y en contextos a veces opuestos, los temas que interesan difieren: los que movilizan a unos son totalmente ignorados por otros.
Por lo tanto, es por lo menos apresurado vaticinar una amplia derrota electoral de los republicanos. Recordemos que en las elecciones presidenciales de 2016 las principales encuestas y opiniones publicadas fracasaron al pronosticar el triunfo de Hillary Clinton y toma de control del partido Demócrata sobre ambos cuerpos legislativos. Esto nos obliga, al menos, a esperar los resultados de las urnas este martes.
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Las agendas y su impacto sobre la Argentina
Republicanos y demócratas concurren a las elecciones con bases electorales y agendas muy diferentes.
Trump y el partido republicano tienen sus principales apoyos entre los votantes blancos, de menores ingresos, con menor nivel de educación formal y que residen en ciudades chicas. Por su parte los demócratas son apoyados sobre todo por los votantes de las grandes ciudades de las dos costas y también por los afroamericanos y latinos.
Los republicanos han centrado su campaña en los éxitos económicos de la administración, en la creación de empleo, en el control de la inmigración y en el recorte del derecho de asilo; los demócratas, en la ampliación del seguro de salud, en la protección de las minorías y de los refugiados y en el ataque a Trump, al que acusan de mentiroso e inmoral.
La respuesta que debe dar el país a la caravana de migrantes centroamericanos que avanza por México con destino a los Estados Unidos es principal tema de debate y de división entre demócratas y republicanos en campaña.
Trump está tomando para la campaña temas de su agenda internacional. Por ejemplo, anunció recientemente el retiro de su país de ciertos acuerdos de control de armamentos firmados con Rusia, y también un amplio listado de sanciones contra Irán, luego de que los Estados Unidos abandonara en mayo pasado el tratado nuclear suscripto con ese y otros países.
Sin embargo, la política exterior de Trump también les ha generado problemas a sus candidatos. Es el caso del impacto negativo que la guerra comercial con China tiene sobre algunas exportaciones, como los productos agrícolas que demanda el gigante asiático, afectando las economías regionales de amplios territorios donde habitualmente ganan los republicanos.
El triunfo de los demócratas en la Cámara de Representantes obligará al presidente Trump a moderar algunas de sus políticas y a archivar otras, por ejemplo, la política de control inmigratoria y la guerra comercial con China. En este caso, y como producto de dos visiones contrastantes y confrontativas, es posible que republicanos y demócratas recurran a un juego de suma cero que paralice la actividad legislativa del Congreso y ralentice la administración del país.
Además, los demócratas pasarán a controlar algunas comisiones legislativas dedicadas a la investigación de la administración, poniendo en aprietos al gobierno.
La derrota de los republicanos en las elecciones de este martes podría tener consecuencias sobre el futuro de la Argentina. El presidente americano y su administración han manifestado públicamente su apoyo al gobierno de Cambiemos. Más que eso, la oportuna e insistente intervención del Secretario del Tesoro americano fue decisiva para la aprobación del acuerdo con el FMI, que permitió que la Argentina recibiera una asistencia financiera récord. El gobierno norteamericano evitó que nuestra deuda externa cayera en default.
Todo ello a pesar de la queja pública del presidente Mauricio Macri y su gobierno quienes, curiosamente, consideran que la crisis económica en nuestro país no se debe su mala gestión sino, exclusivamente, a las políticas proteccionistas de Trump y a la suba de la tasa de interés en los Estados Unidos.