Por Matteo Goretti
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Mucho más temprano que tarde, la decisión de la cuarentena eterna que impulsa la actual administración se hará añicos por el quiebre anticipado y violento del tejido social y económico. En algún momento el gobierno se verá obligado a “legalizar” una apertura que la realidad había abierto anticipadamente, a “levantar” una cuarentena violada por muchos argentinos que venían trabajando sin permiso para no morir de hambre.
En vez de aprovechar la pesada reclusión vigente para avanzar en testeos masivos de la población que permita una salida programada, segura y controlada, como están haciendo muchos países, el gobierno ha preferido mantener la ilusión de que podemos seguir así indefinidamente, bajo la sorprendente consigna de que prefiere salvar vidas antes que la economía del país, un falso dilema. Veamos.
El desarrollo de la pandemia está mostrando de a poco las diferentes estrategias implementadas por los gobiernos para enfrentar la expansión del virus en sus países, entre ellos la Argentina.
Parece que los Estados Unidos y el Brasil decidieron acelerar los contagios, probablemente para aumentar los niveles de inmunidad de su población en poco tiempo, al postergar en el inicio la puesta en marcha de medidas restrictivas entre la población, pero dejando parcialmente abiertas sus economías. A pesar de las idas y vueltas, los países no cerraron del todo. El gobierno de Brasil sigue sosteniendo que es mejor contagiarse ahora que hacerlo más tarde y quebrar el país. Es discutible, pero por lo menos hay un debate acerca del futuro del país.
Otros países, como Italia, España y Francia, implementaron una estricta reclusión y cerramiento de sus economías solo cuando el nivel de casos graves estaba por sobrepasar la capacidad de atención del sistema de salud, que finalmente desbordó. Quizás hubo al comienzo una estrategia secreta de avanzar hacia una inmunización comunitaria por contagio, o quizás no hubo estrategia alguna; el resultado final es el que conocemos. A pesar de ello, los gobiernos acaban de anunciar que comenzarán a reabrir sus economías, incluso los niños volverán a las escuelas próximamente.
Alemania es un caso paradigmático. Allí se implementó una estrategia de anticipación, aplicándose de inmediato las medidas de distanciamiento social, pero en el marco de una cuarentena muy parcial. La industria, la construcción y el sistema bancario permanecieron abiertos desde el comienzo, al igual que los negocios de proximidad para la venta de comida para llevar, y otros productos y servicios. Logró a la vez mantener muy bajo el nivel de casos graves en relación con su población. Las claves: las medidas sanitarias, los testeos y el control posterior.
El miedo al virus y el virtual estado de excepción han provocado las primeras víctimas: el debate, la sensatez y la responsabilidad. Toda crítica es considerada principal aliada del virus.
El “modelo argentino”, como le gusta decir al presidente Fernández, es casi único en el mundo. Hemos implementado una de las cuarentenas más restrictivas en una de las economías más débiles del planeta, haciéndola sucumbir. Además, se lo hace figurar como un éxito.
La ausencia de debate ha permitido consolidar un relato ético tuerto, que mira la crisis únicamente con la lente virológica sin atender sus consecuencias sociales y económicas, y -a la postre- tampoco las sanitarias, como veremos más abajo. Insostenible.
“No me vengan a correr con la economía”, sentenció el Sr. Fernández. Lo que el presidente no dijo es que la pandemia económica producto del “modelo argentino” dejará más muertos y pobres que los que podamos imaginar con el coronavirus en su punto más alto. Claro, los muertos por el virus se cuentan, los muertos y pobres generados por el quiebre de la economía del país, no. Siempre podremos echarle la culpa a la crisis económica que se desató por defender la vida de los argentinos; podremos sostener mágicamente que no fue un error, sino una acción basada en una decisión ética superior. Un clásico nacional.
El “modelo argentino” lleva en su ADN el fracaso: cerrar todo hasta que una vacuna derribe el coronavirus, a sabiendas que los tiempos de la epidemia serán más extensos que los plazos en que la economía argentina puede permanecer maniatada sin colapsar.
El “modelo argentino” tiene otros condimentos que lo hacen único e irrepetible: mientras casi todo permanecerá cerrado vaya saber por cuánto tiempo, te piden que sigas pagando los impuestos y servicios y el alquiler, aunque no trabajes. También te anuncian ayuda directa que no llega o lo hace en cuentagotas.
En nombre de la crisis, el gobierno argentino está avanzando en mayores impuestos. En cambio, otros países buscan atraer los capitales, conscientes de que las inversiones serán claves para el resurgimiento de las economías. Finalmente, estas van donde se las trata mejor. Una verdad de Perogrullo que nuestros líderes se niegan aceptar.
Las instituciones de la República también se han auto-acuartelado, casi una excepción en el mundo. La oposición en el Congreso, que cuando era gobierno proponía rabiosamente el uso del voto electrónico para las elecciones, sostiene ahora que los sistemas de conferencia web son vulnerables y por lo tanto no se pueden utilizar para sesionar remotamente, en un país, además, en el que ambos bandos han convalidado el uso ilegal de tecnologías para el ciber-patrullaje.
Por supuesto que ha sido un éxito mantener baja la curva de casos graves y de muertos por el virus. El gobierno tuvo una estrategia al cerrar. Pero este logro no es absoluto, hay que compararlo con su impacto sobre el tejido económico y social, y también con las experiencias de países que están logrando atender la crisis sanitaria sin quebrar. Son dos pandemias, no una: la viral y la económica y social.
Todas las estrategias tienen un costo, por eso cobra relevancia conocer las que son sustentables y las que no, las que generan más daño que el virus, las que podrían permitir a los países resurgir rápidamente o llevarlos a la quiebra.
Por tal motivo, mantener el país inactivo no es una estrategia, aunque el gobierno trate de mostrarla como tal. Más aún, insistir sobre el error hace suponer que el gobierno no tiene un plan de salida, y que tampoco está pensando en ello.
Por eso hace falta más que nunca promover un debate que lleve a la apertura progresiva, ordenada, cuidada del país, manteniendo las prácticas sanitarias y sociales para moderar sensiblemente el contagio y la circulación del virus.
Mantener en el tiempo el falso dilema en el que nos embretó el gobierno -elegir entre la vida y el dinero- puede conducirnos además a una salida forzada y, sobre todo, no controlada, que termine por impulsar gravemente lo que quisimos evitar con la cuarentena.
¿Por qué el gobierno no aprovecha la pesada reclusión que impuso para testear ampliamente y conocer cómo se mueve el virus? Sabemos que los casos asintomáticos son muchísimos más que los sintomáticos, entonces ¿por qué no testear como método para programar de manera segura y controlada el regreso al trabajo de los diferentes sectores de la sociedad? ¿Es un tema ideológico, de falta de inversión o mala praxis?
El combo para una buena salida incluye la información y el control de la cadena de contagios a través de testeos amplios y permanentes y el mantenimiento de las normas de protección. Muchos países lo vienen haciendo; el “exitoso modelo argentino”, por ahora, no.