Por Alejandro De Angelis*
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Hace 4 millones de años, nos poníamos de pié, hace 400.000 fabricábamos nuestras primeras herramientas, hace poco más de 10.000 fundábamos nuestras primeras “ciudades”, hace 400 dibujamos los primeros mapas más o menos completos de la tierra, y hace sólo 60 años tomamos la primera fotografía de nuestro planeta desde el espacio, que nos muestra el globo en el que todos estamos adentro, que hasta ese entonces era solo un conjunto de fronteras.
No fue sino hasta ese preciso momento que nos dimos cuenta que habíamos vivido separados. Fue por esos años, también, que fuimos dejando de lado conceptos como el de raza, que nos separaban biológicamente: somos una sola especie.
Históricamente, habíamos dado por sentado que las diferencias entre las culturas de los pueblos se debía estrictamente a las diferencias biológicas. Este creencia se basaba en el hecho de que el poblamiento de la tierra por parte de nuestra especie se caracterizó por ir ocupando “nichos” en diferentes ambientes. Por ejemplo, el delta, la pampa y los andes, dieron lugar a diferentes culturas como respuesta al tipo de ambiente en el que se desarrollaron, que pueden leerse como procesos históricos particulares de pueblos que fueron diferenciándose a lo largo del tiempo.
Esta es una versión resumida de lo que comunmente llamamos “diversidad cultural”, que adquiere relevancia a la luz de la crisis sanitaria provocada por el COVID-19.
Pensemos que cada una de los antiguos pueblos, así como a lo largo de la historia tuvieron que responder al ambiente en el que se encontraban, también tuvieron que dar respuesta a los virus y bacterias.
Si bien cada población no era una burbuja desconectada de las otras, las respuestas a los desafíos ambientales, y por consiguiente a los virus y bacterias, fueron estrategias propias de las comunidades, o copiadas de otras cercanas.
Fueron estrategias de adaptabilidad, en términos de la capacidad de sus herramientas, sus ideas, su modo de vida y su forma de organización social, en relación con el ambiente donde las comunidades estaban asentadas, es decir, lo que los antropólogos dedominamos “cultura”.
Si tomamos esta definición, entonces las diferencias entre los pueblos -o mejor dicho, la diversidad cultural-, puede ser pensada como una estrategia de nuestra especie para sobrevivir a través de los cambios y cuellos de botella a los que nos hemos enfrentado durante la historia de la humanidad. ¿Por qué? Porque cada diferencia entre nosotros amplía la capacidad de responder a los cambios y desafíos que se nos presentan en el camino. No podemos inventar todas las respuestas, sino algunas, y copiar de otros las exitosas.
Sin embargo, aplicar este concepto de manera descarnada, puede llevarnos a concluir que los pueblos han desaparecido por una especie de ley natural: “No estaban adaptados”. Esta postura ha justificado colonialismos y exterminios. Esto provoca un nuevo interrogante: ¿Existe la “cultura exitosa”? La respuesta es, no. No en términos de tiempo y lugar. Esto es, una respuesta exitosa ante un problema, puede no serlo en otro contexto, o en otro momento. Básicamente, porque la historia no “evoluciona”, evolucionan las especies. Pero evolución tampoco es “mejora”, sino cambio. Se puede ser más o menos exitosos en el proceso de adaptación, pero esas mejoras no son acumulativas, ni tienden a perfeccionar a una especie, mucho menos a un pueblo.
Llegamos al tiempo presente, cuando la globalización nos ha llevado a homogeneizar las respuestas y a buscar reemplazos a las diferentes respuestas culturales de las poblaciones del pasado. En el nuevo contexto mundial por el surgimiento de la pandemia del coronavirus, algunos especialistas pronostican el quiebre del mundo como lo conocimos hasta hace poco, y el surgimiento de respuestas diferentes ante un mismo problema global.
Sin embargo, es posible pensar un escenario alternativo, en el que un desafío global tenga una respuesta global, y que la ciencia sea el instrumento para lograrlo. Antes, para encontrar una respuesta recurríamos a las tradiciones de nuestra cultura, al saber de los ancianos, a la lectura de las estrellas y a las enseñanzas del pasado.
Por lo tanto, ciencia y diversidad cultural son dos realidades, que lejos de competir, se complementan. Podrían funcionar en conjunto ante el desafío del coronavirus, como una respuesta a nivel especie.
Ante el surgimiento de la pandemia, nuestra primera reacción fue encerrarnos en los territorios nacionales para defendernos del virus, como sí la respuesta pudiera ser local ante un problema global. Sin embargo, las respuestas fueron copias de otras respuestas. En Argentina, elegimos entre seguir las diferentes respuestas que tomaron, por ejemplo, China, Italia, Corea del Sur o Noruega. No teníamos toda la información acerca de su resultado, pero avanzamos igual. El mecanismo se llama “difusión cultural”, pero en este caso basada en datos científicos. Sin embargo, cuando tuvimos que adoptar las medidas, lo hicimos teniendo en cuenta “la idiosincrasia de los argentinos”.
Más allá de que no todos los argentinos pensamos igual, compartimos modos de vida mayormente extendidos en nuestro territorio, que tienen que ver con la forma en la que respondemos a, por ejemplo, decisiones del gobierno para combatir la epidemia. Al igual que nosotros, otros países asumieron inmediatamente una estricta reclusión obligatoria. Otros, no tanto, como Brasil y los Estados Unidos, por ejemplo. En estos países, los virólogos se cruzaron con los que privilegiaban en el debate el impacto negativo que las medidas sanitarias tendrían sobre la actividad económica; ambos argumentos se presentaban en igualdad. En los Estados Unidos, la libertad individual tradicionalmente ha sido considerada un valor superior, por lo que muchos están discutiendo la legitimidad del confinamiento generalizado.
Estas diferencias abren un nuevo interrogante: ¿En la actual coyuntura, seremos capaces de basar nuestras respuestas en la ciencia, o seguirán siendo respuestas particulares de acuerdo con los modos de vida, de pensar y de actuar de nuestros pueblos? Y si, finalmente, la ciencia es la que orientará las decisiones en esta crisis sanitaria, ¿por qué no hay una respuesta global, por qué seguimos aplicando soluciones dentro de los territorios y no a nivel planetario?. Si el evento es a nivel especie las respuestas deberían propender a ser, en algún momento, las mismas, aunque por “parches”, como denominamos a los países, que en su gran mayoría ni siquiera representan una sola “cultura”.
Es interesante lo que estamos observando en el proceso de desarrollo de una vacuna para liquidar el coronavirus: son numerosos los países que están abocados en la tarea al mismo tiempo. Son estrategias diferentes para el logro de un mismo resultado. Es posible que el resultado final sea una o varias vacunas que sirvan para derrotar al flagelo. La respuesta podrá venir de diferentes lugares, pero será planetaria.
Así, este desafío global y a nivel especie conlleva un desafío a nivel local: que los distintos pueblos sean capaces de responder en conjunto -y por primera vez en la historia- a un problema que afecta a todos. La ciencia podría ser la herramienta que permita esa respuesta global.
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*Alejandro De Angelis es antropólogo.