Por Juan Battaleme y Fabián Calle
.
Desde la finalización del mundo unipolar por el ascenso del Dragón, China, en los ámbitos políticos y académicos argentinos fueron tomando forma dos ideas. La primera, entiende que el margen de maniobra de nuestro país se incrementará a medida que avance el proceso de desobediencia hacia el poder del Águila, los Estados Unidos de América, y la construcción de una alianza sólida con Beijing, desafiando el statu quo vigente. La segunda idea, propone un ejercicio de equidistancia entre ambas potencias, y la consiguiente búsqueda de opciones. La primera expresa una idea de “guerra fría” y de bipolaridad; la segunda, es más acorde con un mundo multipolar.
En el ámbito nacional, rápidamente se asumió que nos adentramos en una “segunda guerra fría”, a partir de los ataques de la administración de Donald Trump al orden liberal por su concepción política antiglobalista, y a casi dos años de iniciada la guerra comercial internacional.
La reiteradas referencias locales a la existencia de dos proyectos de globalización competitivos, uno americano y otro chino, embarcados en expandir su influencia mediante una posición económica predominante, como señalan Blackwill y Harris en su trabajo “War by other means: geoeconomics and statecraft”, vuelcan el humor público hacia concepciones bipolaristas, sin atender a la existencia de un contexto de interdependencia global que previene de una formación similar presente en la segunda mitad del Siglo XX.
El proyecto de política exterior de la administración de Alberto Fernández parece retomar el énfasis que se había expresado durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, a favor de un potenciado alineamiento con China y en menor medida con el Oso, Rusia.
Conocemos el tipo de grieta que produjo en la experiencia argentina la “Guerra Fría 1.0”. Quienes añoran ese período tan particular de la historia global deberían recordar que, lejos de aumentar el margen de maniobra, se incrementaron los condicionantes externos de nuestro país.
Veamos qué pasa del otro lado del planeta. China enfrenta a una potencia fenomenal en el plano marítimo como es los EE.UU. junto a una miríada de aliados compuesta por la Armada Real Británica, la Armada Real Australiana, la Armada Real Neozelandesa y la de Canadá (país que también tiene un importante litoral oceánico en el Pacífico), todos unificados detrás de la imagen de la Reina Isabel. A ellos se suman Francia, y finalmente -como parte de ese conglomerado de “mil buques”- la fuerza naval y aérea de Japón, país que incrementa y moderniza sus capacidades a un ritmo equilibrado pero efectivo que se traduce -por ejemplo- en la adquisición de 100 unidades del moderno avión F-35 para desplegar en los buques clase Izumo.
A pesar de la fuerte mirada naval que se tiene sobre este espacio, el Asia Pacífico sigue siendo un escenario eminentemente de poderes “continentales” o terrestres, como se los denomina en la jerga geopolítica. Al adentrarnos en la intrincada geografía regional, los ejércitos tienen un peso importante como se puede apreciar en Rusia, India, China y Pakistán. Si bien China y Rusia realizan una ejercitación tras otra, su acción coordinada en pos de enfrentar de manera directa a los EE.UU. continua siendo limitada. El Ejército Popular de Liberación chino sigue siendo el principal comprador de armas a Rusia, por lo tanto los ejercicios son una buena oportunidad de puesta a punto y de introducción a nuevos sistemas de armas, pero no son muestras de defensa mancomunados. De hecho, Rusia y China solo entrenan en el teatro de Asia central y el Pacífico. En el contexto europeo, China brilla por su ausencia. Por su parte, India, mientras afina su armada, continua incrementado su potencial misilístico aéreo con Occidente y su componente terrestre con Rusia. Como bien señala Robert Kaplan en su libro “La Venganza de la Geografía”, a pesar de la globalización la geografía sigue siendo la pesadilla de los líderes políticos.
El paraguas nuclear es otro indicador relevante. La proliferación de misiles de mediano y corto alcance, que provocó la terminación del acuerdo de fuerzas nucleares intermedias (INF), demuestra que la región Asia Pacífico es inestable. Los problemas no son los misiles intercontinentales o ICBM en posesión de Rusia o de EE.UU., sino toda la gama de misiles nucleares existentes en el Asia-Pacifico. Razón sobrada para rediscutir los términos y condiciones del acuerdo INF, mientras se afinan las defensas balísticas.
América Latina no se encuentra exenta de los coletazos de la creciente competencia geopolítica y económica en el mundo. A pesar de la preeminencia norteamericana en la región, es evidente que tanto Rusia como China operan cada vez con mayor intensidad en Sudamérica. Socios comerciales en múltiples proyectos, encuentran un área donde poder obtener los recursos que necesitan. A partir de la creciente militarización del espacio ultraterrestre, la presencia en Neuquén de una estación espacial controlada por China Launch and Tracking Control (CLTC), que reporta directamente al People’s Liberation Army (PLA), muestra hasta qué punto estamos enlazados con la dinámica que sucede del otro lado del mundo.
En este sentido, el artículo publicado en 2019 por Ryan Martinson en el RUSI Journal considera a China como un poder creciente en el Atlántico Sur, en especial en el sector africano, que es donde operan con mayor frecuencia y rango de unidades. El Jefe de Operaciones Navales de la Armada Británica mencionó que la Armada de la República Popular China y su creciente actividad militar y económica en áreas navales de interés del Reino Unido necesitan ser “monitoreadas”. Corolario, vivimos en un mundo donde las tensiones producidas se acrecientan; por lo tanto, la “Guerra Fría 2.0” nada tiene que ver con la primera, sobre todo por el número creciente de los grandes poderes involucrados.
Para un país como la Argentina, el desafío actual y para los próximos años es desentrañar de manera realista, sin voluntarismo ni prejuicios, cuál es la composición de fuerzas que se está dando en el mundo. En este sentido, la peor de las opciones sería comportarnos como si el sistema internacional fuese bipolar cuando es multipolar, o viceversa. La bipolaridad conlleva el riesgo de la sobrerreacción, y la multipolaridad, la desatención. Ambos tienen costos directos y externalidades que un país medio, como el nuestro, sentirá sin dudas en todos sus sectores. Estos errores pueden costar muy caro.
Otro elemento importante es definir qué tipo de relación necesitamos con Brasil, con sus más de 200 millones de habitantes, un poderoso parque industrial y de servicios (con más de 15 millones de empresas), un PBI levemente superior al ruso, con amplios recursos naturales, y mega productor de alimentos. Los datos abruman: Los gastos en defensa de Brasil son ocho veces que los de la Argentina (nuestro vecino del norte tiene el onceavo presupuesto militar del planeta), la relación en población es de 4 a 1 y en PBI es de 6 a 1. En materia de reservas de los respectivos Bancos Centrales, la ecuación es 8 a 1.
Brasil mantiene su objetivo de ser parte de la liga de los grandes poderes mundiales, un consenso que se mantiene a pesar de los cambios de gobierno, y que se expresa, por ejemplo, en las sucesivas incorporaciones militares realizadas por las distintas administraciones y su adscripción general a tener un entendimiento político con EE. UU. y un acercamiento económico con China.
Cabe subrayar que, mientras las otras potencias con mayores recursos bélicos y económicos que Brasil tienen concentrados sus intereses en otras áreas del mundo, Brasilia los focaliza básicamente en nuestra región, una realidad que debe ser tenida en cuenta al momento de comparar a nuestro vecino con otras naciones poderosas extra-regionales.
Un segundo escalón clave para un adecuado diseño de la política exterior es asumir que no se negocia o interactúa con los gobiernos y personas que resultan más afines en términos ideológicos con el propósito de dar respuesta a las minorías internas, las cuales distan de ser decisivas en términos de votos. Por el contrario, la práctica de la política internacional sigue siendo guiarse por los intereses nacionales de mediano y largo plazo, sin entrometerse en la política interna de los otros Estados, en especial cuando tienen más fortalezas económicas y militares que el propio.
El eje principal gira sobre qué tenemos para ofrecer al mundo en relación con lo que necesitan de nosotros, qué queremos de ese mundo, y cómo esta ecuación articula con nuestros intereses de mediano y largo plazo, mientras todos “jugamos en el bosque” con el Dragón, el Águila y el Oso. Pero cuidado, porque ahora que la música comienza a apagarse y varios se preparan para salvaguardar sus intereses, otros se dirigen a paso redoblado a quedar fuera del juego, y antes de que aparezca el lobo.