Venezuela se ha convertido en la bestia negra de la política argentina. El círculo rojo teme que “terminemos como Venezuela”. Desde la oposición suele acusarse al oficialismo de querer llevarnos a ser Venezuela. En los banderazos una consigna habitual de los manifestantes es “no queremos ser Venezuela”. Para el gobierno Venezuela es un tema incómodo. Se trata de una cuestión que genera acaloradas disputas en el seno de la coalición gobernante, cuyas facciones discuten acerca de si el régimen de Maduro viola o no los derechos humanos, si debe o no condenarse a su gobierno, y qué debe hacer la Argentina para colaborar a la solución de la crisis política que desde hace tiempo asola a ese país.

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 73 19 de octubre 2020

Argentina y el fantasma venezolano

Venezuela se ha convertido en la bestia negra de la política argentina. El círculo rojo teme que “terminemos como Venezuela”. Desde la oposición suele acusarse al oficialismo de querer llevarnos a ser Venezuela. En los banderazos una consigna habitual de los manifestantes es “no queremos ser Venezuela”. Para el gobierno Venezuela es un tema incómodo. Se trata de una cuestión que genera acaloradas disputas en el seno de la coalición gobernante, cuyas facciones discuten acerca de si el régimen de Maduro viola o no los derechos humanos, si debe o no condenarse a su gobierno, y qué debe hacer la Argentina para colaborar a la solución de la crisis política que desde hace tiempo asola a ese país.

Por Ignacio Labaqui (Politólogo y docente UCA/UCEMA)

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Pero Venezuela no es solo un tema de discordia de la política exterior del oficialismo, sino que es también aquello a lo que el mismo gobierno no quiere parecerse. Más allá de la camaradería que el kirchnerismo forjó con el chavismo a partir 2003 y de la nostalgia del presidente por Hugo Chávez, lo último que el gobierno de Alberto Fernández desea es parecerse a Venezuela. O al menos eso dicen el presidente y sus principales colaboradores. Por ejemplo, al anunciar el fallido intento de estatización de Vicentín, el presidente señaló “el debate habrá que darlo en el Congreso. Ahí van a tener la oportunidad de compararnos con Venezuela, con el infierno y con todas las otras cosas”. Días después, el ministro de Producción Matías Kulfas remataría «no tenemos nada que ver con Venezuela, ni en su historia, ni en su presente”. Más recientemente, en un encuentro con empresarios, de acuerdo a la columna publicada de Marcelo Bonelli en Clarín del 1/10, el presidente dijo: “Argentina no es ni va camino a Venezuela”.

La pregunta “¿vamos camino a ser Venezuela?” se ha vuelto moneda corriente. Por ello es relevante analizar qué es Venezuela hoy y qué tan probable es que la Argentina replique el sendero venezolano

Para responder a esta pregunta un primer paso es definir de qué hablamos cuando hablamos de Venezuela. En términos políticos, bajo el chavismo Venezuela pasó de ser una democracia con profundos problemas a lo que Steve Levitsky y Lucan Way denominan como autoritarismo competitivo. Esto es, un régimen en el que se celebran elecciones periódicas y en las que estas son el medio principal para acceder al poder, pero en el que las chances de alternancia son prácticamente nulas. En los autoritarismos competitivos la capacidad de la oposición de competir se ve seriamente comprometida. Los detentadores del poder politizan las instituciones estatales y las utilizan contra los dirigentes opositores.  Hay asimismo un control autoritario de aquellas instituciones encargadas de velar por la transparencia electoral. Pero el actual régimen venezolano no es solo una autocracia electoral. Se trata de un régimen en el que hay masivas y severas violaciones de derechos humanos, algo que ha sido documentado por el reciente reporte elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas para los DDHH, y que ha sido denunciado repetidamente por ONGs como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

Aparte de ser una autocracia, Venezuela es actualmente una economía colapsada con un modelo fuertemente estatista. La elevada participación del estado en la economía es un rasgo que antecede a la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, pero que se acentuó durante los 20 años de gobierno chavista, especialmente a partir de 2004. Tanto en términos políticos como económicos la experiencia chavista está lejos de ser un bloque indivisible. Pero, aunque los problemas económicos ya eran evidentes antes de la muerte de Chávez, desde 2013 en adelante los mismos se agravaron severamente. Entre 2013 y 2019 la economía venezolana se contrajo más de un 60%.  La inflación alta -un problema endémico de Venezuela desde el viernes negro de 1983- se aceleró a partir de 2013, espiralizándose a partir de 2018 cuando la tasa de inflación anual de acuerdo a datos del FMI alcanzó un 130.000%.

Si para muestra sobra un botón del estado de deterioro de la economía venezolana, en la actualidad la producción de petróleo de Venezuela es inferior a los 400 mil barriles diarios. Solo para tener una idea de la magnitud del descalabro económico del chavismo, Argentina produjo en julio de 2020 470 mil barriles diarios de petróleo.

Pero Venezuela en la actualidad no es solo un régimen autoritario con una economía estatista colapsada. A diferencia del autoritarismo cubano, el régimen venezolano ha probado ser un Leviatán ineficaz. Con 60 muertes violentas cada 100 mil habitantes en 2019 de acuerdo a las cifras del Observatorio Venezolano de la Violencia, Venezuela es el país más violento de América Latina. La violencia criminal no comenzó con la llegada de Hugo Chávez al poder, pero el fenómeno se profundizó desde entonces.

La Venezuela actual difícilmente parece un modelo a seguir y en ese sentido es lógico que el presidente y sus colaboradores busquen evitar cualquier comparación con el régimen de Nicolás Maduro, más allá de la simpatía del embajador Raimundi, de Alicia Castro y en general del ala dura del kirchnerismo hacia el chavismo.

Sin embargo, hechos tales como los ataques del gobierno argentino hacia la justicia, las idas y vueltas a la hora de condenar las violaciones a los DDHH en Venezuela, la simpatía del ala dura del kirchnerismo por el régimen chavista, la fallida estatización de Vicentín o para mencionar un hecho reciente, la creación del NODIO, no ayudan a despejar los temores del círculo rojo y de parte de la ciudadanía.

¿Vamos camino a Venezuela entonces? En términos políticos la experiencia chavista difícilmente sea replicable. El régimen autoritario que hoy gobierna Venezuela no surgió de un día para otro, sino que fue más bien el resultado de un largo proceso que involucró primero la decadencia del sistema del pacto de Punto Fijo (1983-1999) y luego, tras el arribo de Chávez al poder, un proceso gradual de erosión democrática que terminó por convertir a Venezuela en un autoritarismo competitivo. En este sentido la Venezuela política actual es el producto de una conjunción de factores: 1) el colapso del esquema político surgido del Pacto de Punto Fijo, del cual surgió el bipartidismo “adecopeyano” anterior a Chávez; 2) el mandato electoral de refundación del sistema político con el que Chávez llegó al poder y que le permitió reformar la Constitución y de este modo renovar todos los poderes del estado y remover los frenos y contrapesos anteriores a su llegada al gobierno; 3) la bonanza petrolera del período 2004-2008 que dotó al chavismo de recursos extraordinarios que no solo permitieron financiar la política social  de Hugo Chávez sino también su diplomacia de la chequera; 4) una oposición fragmentada, torpe por momentos y carente de visión estratégica y último pero fundamental 5) el control de las fuerzas armadas luego del fallido golpe de abril de 2002.

Ninguna de estas condiciones está presente en Argentina hoy. No hay un líder personalista con un mandato fundacional surgido de un proceso de desinstitucionalización del sistema de partidos, ni tampoco -al menos hasta ahora- una oposición fragmentada y carente de visión estratégica.

Tampoco hay recursos para encarar una política económicamente populista -tal como la definen Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards. El populismo en tanto política económica es hijo de la ausencia de restricciones. Difícilmente el gobierno actual disfrute de una bonanza similar a la que tuvo el chavismo entre 2004 y 2008. E incluso si hubiera un nuevo boom de las materias primas, cabe recordar que el petróleo representa más del 90% de las exportaciones de Venezuela, y que casi en su totalidad la producción petrolera está en manos de PDVSA. El estado venezolano es así la principal fuente de oferta de divisas, y el tipo de cambio es así una importante herramienta de control político.

¿Y en materia económica, podemos convertirnos en Venezuela? Tal vez, más interesante que mirarse en el espejo venezolano, sea más provechoso bucear en la historia de los últimos 50 años pródiga en defaults, volatilidad cambiaria, crisis financieras, experimentos cambiarios fallidos de la más diversa índole, inflación elevada, hiperinflación, recesión, etc.

¿Seremos Venezuela entonces? En términos políticos parece poco probable que repliquemos el sendero venezolano. En materia económica antes que ser Venezuela, el peligro parece más bien ser que sigamos pareciéndonos a lo que hemos sido en el último medio siglo: una economía con tasas de crecimiento mediocres, alta inflación y crisis económicas recurrentes que han hecho de la Argentina una fábrica de pobreza.

Que la Argentina no se convierta en un autoritarismo competitivo con una economía cuyo colapso es incluso mayor al sufrido por Cuba luego del retiro de la ayuda soviética al final de la Guerra Fría, no es consuelo alguno y no implica ni que nuestra democracia goce de buena salud, ni que esté libre de riesgos.

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