por Matteo Goretti
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Alberto Fernández asumió como método el conflicto para avanzar: creó a través del mencionado decreto una nueva provincia que denominó “conglomerado AMBA”, otorgándole de manera ilegal estatus jurídico y autonomía, y erigiéndose él como una especie de director supremo al disponer qué se puede hacer y qué no, en abierto avasallamiento de la autoridad del gobernador de Buenos Aires y del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
El gobernador bonaerense Axel Kiciloff, principal mentor de esta iniciativa, salió rápidamente a apoyar la segregación de hecho de parte de su territorio y la aplicación de las medidas en la “nueva provincia” creada por decreto. Por el contrario, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno porteño, se opuso en defensa de sus facultades y la autonomía de la ciudad de Buenos Aires; la justicia por ahora le dio la razón.
El jefe político de CABA, y los ministros de Educación y de Salud de la Nación, respectivamente Nicolás Trotta y Carla Vizzotti, se enteraron de las medidas por la TV, y varios gobernadores dejaron trascender que en sus distritos se implementarán las decisiones que ellos resuelvan, no las del presidente.
Si se mira con mayor detenimiento, Larreta aceptó algunas de las restricciones impuestas en el mencionado decreto, por ejemplo, el cierre anticipado de bares y restaurantes y las limitaciones nocturnas a la movilidad, que la policía de la ciudad hace cumplir. Pero, al mismo tiempo, apeló ante la justicia la prohibición de la educación presencial en las escuelas, con el resultado que conocemos.
Larreta no buscó que las cosas se dieran de este modo, habría preferido que no sucedieran así: a pesar de los golpes que periódicamente le inflige el kirchnerismo (más bien, gracias a ellos) hace diez meses que sigue arriba en las encuestas como el político con mejor imagen pública. Él considera que debe mantenerse en silencio, gestionando los ataques del gobierno nacional con negociaciones continuas y repliegues tácticos, hasta los primeros meses de 2023, cuando buscará liderar una coalición amplia que desaloje del poder a sus actuales ocupantes. Pero las cosas no siempre salen como uno las planificó. Muchas veces, alcanzar la cima en nuestro país se explica más por los errores de los otros que por los aciertos propios.
Lo cierto es que, sin buscarlo, el presidente Fernández logró que sus decisiones fueran interpretadas como contrarias a la escuela en vez de necesarias para bajar el nivel de contagios, mientras que Larreta logró posicionarse como promotor de la educación y, desde allí, se consolida como opositor al gobierno nacional.
Este episodio también desnudó un nuevo avance de Axel Kiciloff en la estructura del poder central. El gobernador de Buenos Aires está tomando en los hechos mayor control de las principales decisiones del gobierno nacional, sobre todo en la economía y en las políticas de salud relativas al COVID-19.
El fracaso en contener la inflación, el avance de la pobreza, la escasez de vacunas y la aceleración vertiginosa de los contagios han debilitado a las políticas y a los equipos de Alberto Fernández, que están siendo reemplazados por el “Manual Kiciloff”. Fue el gobernador bonaerense quien impulsó y logró la prohibición de la presencialidad en las escuelas en contra del criterio del ministro de Educación nacional. Daniel Gollán y Nicolás Kreplak, ministro y subsecretario de Salud del gobernador, hacen de voceros de las acciones implementadas por Alberto Fernández en relación con la pandemia, cuya ministra de Salud, Carla Vizzotti, quedó relegada a un segundo plano y casi no habla en público.
Del mismo modo, la secretaria de Comercio de la Nación, Paula Español, del riñón de Kiciloff, redobló el control sobre las empresas, solicitándoles información sobre la estructura de costos, imponiendo nuevos precios máximos, decidiendo qué y cuánto se exporta y obligando a las industrias a producir las cantidades que ella desea. No hace falta recordar aquí que se trata de medidas viejas y remanidas que siempre han terminado en desborde inflacionario.
Si había alguna duda sobre la preeminencia del gobernador bonaerense y de su manual en el manejo de los temas centrales del gobierno nacional, quedó resuelta el pasado fin de semana cuando el ministro de Economía, Martín Guzmán, proclamó en los principales medios nacionales que estaba de acuerdo con este tipo de intervención del Estado sobre las empresas, a las que culpó por la inflación.
A pesar de tanta confusión, paradójicamente el escenario político suma algunas evidencias: la consolidación de Larreta como líder de la oposición y el avance de Kiciloff en las principales decisiones del gobierno nacional. Al mismo tiempo, muestra al presidente Fernández más debilitado: al control ideológico y de algunas áreas y temas sensibles de gobierno por parte de Cristina Kirchner, se le suma ahora la injerencia decisiva del gobernador bonaerense en el manejo de la economía y de la pandemia.
La constelación de impericias de Alberto Fernández está reformulando velozmente el sistema de liderazgos políticos, aclara dónde reside el poder y muestra el avance de posibles candidaturas. Sin embargo, sigue siendo una realidad cambiante, que muta por el impacto de sucesos imprevistos antes que por la acción planificada de los protagonistas.