Por Matteo Goretti
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El primer eje es el uso autoritario del poder aprovechando la distracción que genera la pandemia. El recurrente dictado de decretos de necesidad y urgencia, los ataques a la Corte Suprema y a los magistrados, la decisión de remover al jefe de los fiscales por uno adicto, la agresión de Cristina Kirchner a la Constitución respecto de la forma en que se eligen los jueces y los intentos de violación al sistema federal ilustran esta posición. Ahora se va por más: No se busca tan solo el ansiado perdón judicial de la vicepresidenta, sino el sometimiento de los demás poderes del Estado y el abuso de medidas que nuestra Carta Magna reserva para casos extraordinarios.
El segundo eje es la radicalización del conflicto y la crispación mediante el ataque a diferentes actores políticos y económicos, de tal manera de sumar consensos a través de la polarización de la opinión pública. El gobierno reitera todas las semanas el asalto a individuos y grupos que erige en enemigos: Rodríguez Larreta, los empresarios, el campo, la industria de la carne, los productores de alimentos, la oposición, etc.
El tercer eje es el aumento de los subsidios y de los planes sociales, mientras se impulsan políticas anti-inversión, como la extensión de los controles a toda la economía a través de prohibiciones o restricciones al comercio y el aumento de impuestos a las empresas. El corolario es conocido: la grave caída del salario real -que la CGT avala con su silencio- y el brutal crecimiento de la pobreza, que roza el 50% de la población. El gobierno considera que el aumento de subsidios y planes sociales por el aumento de la pobreza le permitirá ganar las elecciones de octubre próximo.
El proceso de toma de decisiones también está más claro ahora. Alberto Fernández logró una confluencia plena con su mentora, Cristina Kirchner. A pesar de los reiterados esfuerzos de los grandes medios de comunicación de mostrarlos en conflicto o competencia (probablemente con la esperanza de provocar una ruptura entre ellos), lo cierto es que el presidente, con sus acciones y anuncios, no ha hecho otra cosa que avalar la voluntad de la vicepresidenta. Sobran ejemplos.
El aparente formato de coalición plural que muestra el oficialismo presenta, en realidad, algunas certezas que lo acercan al “unicato”: cuando hay diferencias en temas relevantes (incluyendo los ideológicos) se resuelven -siempre- por la línea que marca Cristina. Este es un dato central para comprender la dinámica: ella conduce, él obedece, lo mismo que el resto del gobierno.
Está dinámica ha permeado fuertemente en el oficialismo provocando la unificación de la agenda de acuerdo con el plan de la vicepresidenta, la activación de la tropa kirchnerista en el gobierno por sobre los equipos de Alberto -que se han visto relegados-, la consolidación del paradigma y del discurso ideológico, etc. El gobernador bonaerense Axel Kicillof pesa más que la ministra de Salud de la Nación en la determinación de los planes de lucha contra la pandemia de COVID-19 a nivel país. Su pupila, Paula Español, secretaria de Comercio Interior de la Nación, lleva adelante sin oposición interna su plan de control de la economía y las medidas anti-empresa.
Resuelta la cuestión de quién manda en el gobierno, entraron en crisis algunos liderazgos y también fracasaron los escasos intentos de tomar decisiones por fuera de la regla kirchnerista.
Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, ilustra el primer caso: buscó mostrarse como el padre de la ley que reduce el número de individuos que deben pagar el impuesto a las ganancias (el gobierno dilató su reglamentación, por lo que aún no entró en vigor). Ahora, Massa, consciente de dónde reside el poder, se ha puesto al frente de la negociación para sumar legisladores que voten la ley que permite la designación de un Procurador General que responda al kirchnerismo. Algunos consideran que, si el presidente de Diputados logra este trofeo, obtendrá el perdón de la vicepresidenta por sus recurrentes cambios de posición y, con ello, su ansiada designación como Jefe de Gabinete de Ministros para mejorar sus chances de competir en las presidenciales de 2023.
Por su parte, Martín Guzmán ilustra el fracaso del modelo de decisiones autónomas dentro de la coalición. Luego de anunciar la salida del gobierno del kirchnerista Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, que de él depende, tuvo que retractarse ante la oposición de Cristina Kirchner, a pesar de la amenaza de renuncia que ensayó el ministro, que tampoco se concretó.
No es que el poder se desplazó hacia el kirchnerismo; nunca se movió de allí, cuando el presidente Fernández decidió no asumir los recursos autónomos de la Constitución y de las prácticas políticas. Al resignar su liderazgo, los presuntos equilibrios en la coalición de gobierno se acomodaron rápidamente a las circunstancias, sin conflicto, con tensión controlada, sin la denuncia de los posibles perdedores. Esta es una coalición que se muestra estable y que buscará proseguir en la misma senda a pesar de los resultados, con la convicción de que logrará conservar y consolidar el poder.