Durante sus primeros meses de gobierno, Mauricio Macri ha dado señales fuertes de que nuestro país regrese al mundo. Solicitó aplicar la cláusula democrática en el caso de Venezuela, visitó Davos, logró el arreglo con los holdouts y privilegió en su agenda la defensa de los derechos humanos, que todo país democrático no puede soslayar.
Principales Estados han apoyado a la nueva administración argentina, con gestos y declaraciones. Recordemos las visitas del primer ministro italiano Renzi, del presidente francés Hollande y del presidente norteamericano Obama.
Esta combinación de acciones anuncian un cambio copernicano en las relaciones exteriores de nuestro país encaradas durante las presidencias de los Kirchner.
En el mediano plazo, surgen sin embargo un desafío y algunos interrogantes que terminarán por definir no solo cual será la política exterior argentina sino también el alcance y la sustentabilidad de las políticas económicas locales.
El desafío para el gobierno y el país consiste en integrarse efectivamente al mundo, política, económica y comercialmente. Macri y la canciller Malcorra lo saben muy bien; este es, quizás, su mayor anhelo. Un cambio de retórica o la solución del conflicto con los holdouts son pasos importantes pero no suficientes para que la Argentina sea considerada un destino atractivo para las inversiones productivas.
Es posible que en algún momento no tan lejano el gobierno y los agentes políticos y económicos deban retomar el debate sobre la integración de Argentina al sistema de tratados de libre comercio que parece dominar la economía mundial.
Algunos voceros del gobierno creen que, antes, deberá discutirse el tema al interior del Mercosur. Esta estrategia encierra una dificultad: en Brasil y en Argentina –los dos socios principales del la alianza regional- se sostiene que previo a ello será necesario normalizar la situación política e institucional en el primer caso, y la economía en el segundo. Ello puede demandar años y se corre el riesgo de seguir postergando lo necesario por lo urgente. Se sabe que para tener éxito los gobiernos deben tomar este tipo de decisiones al inicio y no al final de su mandato.
Si nuestro país decide sumarse al sistema de tratados comerciales, formará parte de las cadenas globales de valor que les permiten a las empresas establecer sus eslabones de producción en las naciones que cuentan con mayores ventajas comparativas y recibir importantes inversiones productivas para innovar y crear puestos de trabajo argentino, y generar riqueza para nuestro país.
La manera en que el gobierno resolverá este desafío todavía no está del todo clara, ya que además de enfrentar las demandas y los problemas que provienen del exterior también debe lidiar con las restricciones internas, principalmente aquellas ligadas a las industrias que piden ser protegidas de manera permanente. Tampoco en el gobierno hay una posición unánime: algunos prefieren mantener el status-quo; otros, iniciar paulatina aunque claramente el camino de la integración.
Surgen mientras tanto oportunidades nuevas. La más sorprendente –por inesperada- es la crisis institucional y económica de nuestro socio principal, Brasil, que si bien traerá mayores dificultades a nuestro país –lo que obligará a mejorar la competitividad y nuestro desempeño en el comercio internacional- también deja vacante el lugar de liderazgo en América Latina que bien podríamos intentar ocupar. Se sabe que ejercer el liderazgo político regional –que alguna vez fue nuestro- trae ventajas y recursos en materia económica, política y comercial.
La segunda oportunidad viene de la mano de la des-ideologización de la política exterior y la incorporación de una nueva visión por parte del actual gobierno, más moderna, realista y adecuada a los intereses argentinos, que debería permitir hacer uso extensivo e inteligente de las herramientas comerciales disponibles para reencausar negociaciones que defiendan la posición nacional y, a la vez, favorezcan la integración al mundo.
Consideramos que Macri buscará tomar el camino de la integración inteligente. De las decisiones que tome el gobierno dependerá el desarrollo de industrias como, entre otras, la del software, la de la alimentación, la de innovación genética en la agroindustria, la automotriz, la de extracción del shale gas y shale oil que se encuentran en Vaca Muerta, y el surgimiento de una nueva generación de empresas locales; pero también afectará a las industrias protegidas que necesitan reconvertirse para crecer, como, por ejemplo, la textil y la de ensamble de electrodomésticos y electrónica de Tierra del Fuego.