Por esas vueltas del destino, en momentos que en América Latina se percibe un repliegue de los gobiernos populistas (potenciado por el fin de ciclo del aumento de los precios de las materias primas), en el epicentro del mundo Occidental y democrático, o sea los EE.UU., el candidato republicano Trump hace mella en los partidos tradicionales y el saber convencional de la política americana.
Para cualquier observador medianamente atento, la retórica de Trump se encarna en una vieja tradición europea y latinoamericana. Como si la taba hubiera caído al revés, imaginémonos el desafío que podría representar para los gobiernos moderados de nuestra región la llegada al poder de Trump; que Macri, eventualmente Temer en Brasil y el no chavista que podría ascender próximamente a la presidencia de Venezuela, tuvieran como interlocutor de la principal potencia mundial a un polarizador como Trump, más parecido a los viejos gobiernos de América del sur, hoy en retirada.
El gobierno argentino tomó la decisión clave de acercarse a Washington y al mundo. La potencia del norte respondió rápidamente con gestos contundentes al sumar a nuestro país al histórico periplo que el presidente Obama emprendió por América Latina y que incluyó a los dos países más esquivos de su “patio trasero”.
Este viaje, considerado un verdadero éxito, se da en un tablero internacional y regional complejo y distinto a otros dos momentos claves de la relación bilateral. Nos referimos a 1989 y a 2005. Recordemos que en 1989 nuestro país también protagonizó un fuerte acercamiento a la potencia unipolar que surgía victoriosa de la Guerra Fría. En 2005 el péndulo cambió de lugar, y el distanciamiento fue escenificado abiertamente por el presidente Kirchner en la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata. Estaba surgiendo un mundo multipolar con la repotenciación de Rusia de Putin y el ascenso de China.
En América Latina, el ciclo populista emergente adquiría la semántica del progresismo tradicional, profundamente antinorteamericano. Junto con Kirchner, el fenómeno político y económico de Lula y su PT en Brasil, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador y el Frente Amplio en Uruguay, se sumaron para confirmar una nuevo esquema de relacionamiento de Buenos Aires con Washington.
En realidad, la historia de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos debe ser interpretada a través del eje acercamiento-confrontación, es decir, de los ciclos que nos han aproximado y alejado del país del norte.
¿Cuál será la política exterior de los Estados Unidos en América latina? Su agenda contiene un listado reducido de temas.
Uno de ellos es Brasil. Obama y Macri hablaron de esto. A los Estados Unidos le preocupa mucho la inestabilidad política y económica de nuestro vecino. En primer lugar, por su tamaño y liderazgo. Además, porque Brasil siempre fue el interlocutor relevante de la región con el país del norte. Durante las dos presidencias de Lula, su gobierno implementó un mecanismo de estipulación de las rebeldías y sus límites, mostrándose cercano a los Estados Unidos pero a la vez “comprensible” con las actitudes antinorteamericanas de Kirchner, Chávez y Maduro. Este lugar le permitió a nuestro vecino desarrollar un doble rol: por un lado, el de interlocutor serio, pragmático y racional en Washington, Europa y el mundo occidental; por otro, el de intérprete y mediador con los países “rebeldes” de la región.
El segundo tema regional de la agenda norteamericana es China. Estados Unidos conoce y monitorea (y le preocupa) el creciente peso económico, comercial y por ende político de China en América Latina, y en especial las “relaciones carnales” que inauguró el kirchnerismo con la potencia asiática. Por el momento todo indica que el régimen comunista no ha cruzado ninguna línea roja crítica para los intereses de seguridad nacionales de los EE.UU. en tierras latinoamericanas, ni siquiera con las tan meneadas antenas satelitales en Neuquén. Según nuestras fuentes, esta preocupación se hizo presente en las reuniones bilaterales entre las segundas líneas de ambos gobiernos.
Algunos sostienen que los Estados Unidos han perdido su capacidad de reacción ante este tipo de eventos. Sin embargo, una lectura más profunda permite sostener que históricamente la Casa Blanca ha pasado rápidamente de una postura reactiva a otra más activa en temas regionales, y que el detonante de los cambios ha sido, casi siempre, la menor o mayor presencia o penetración de otras potencias extra-regionales. En principio, el caso chino tiene todos los condimentos para que Washington asuma una postura de “Grand Strategy”, es decir, una posición activa a través de la implementación de políticas más articuladas entre economía, seguridad, defensa, inteligencia y educación en los países al sur del Río Bravo, y en especial al sur del Canal de Panamá.
En tercer lugar, forman parte de la agenda norteamericana los tradicionales temas de seguridad y narcotráfico. Siempre estuvieron allí. Obama se los recordó a Macri y éste le comunicó a su interlocutor que los pondrá al tope de las prioridades, como bien conocen Arribas, jefe de la AFI (ex SIDE), y Burzaco, Secretario de Seguridad.
Con Brasil en problemas, al gobierno norteamericano le preocupa la ausencia de un líder regional. Los decisores del país del norte creen que la solución a la crisis que atraviesa nuestro vecino demandará varios años. Resulta improbable que Washington quiera delegar la “supervisión” y parte de la interlocución con América Latina a un Brasil en crisis y con su dirigencia dividida y más necesitada de mirar adentro que afuera de su país. México, por otra parte, se encuentra demasiado lejos de los países de América del sur –no solamente en términos geográficos, sino también económicos y políticos- como para poder aspirar a asumir un rol de mayor liderazgo.
Buenos Aires se presenta entonces como una opción interesante. Queda pendiente saber si el gobierno de Cambiemos aceptará este desafío, más allá de la retórica.
Los decisores y formadores de opinión norteamericanos acuerdan que Macri inició un proceso virtuoso de normalización interna y externa; elogian la visión y la valentía del Presidente. Surgen, sin embargo, opiniones encontradas acerca del futuro. Algunos consideran que la coyuntura es propicia para que nuestro país asuma el liderazgo regional. Otros, más cautos, recuerdan cómo lo perdimos, y sostienen que para retomar ese lugar y poder mantenerlo, Argentina deberá reformar sus instituciones, terminar con los múltiples e históricos privilegios sectoriales, abrirse e integrarse en serio al mundo, y respetar los derechos humanos, los contratos y las libertades, para recorrer con éxito el camino del desarrollo. Son muchos desafíos para un país con baja tolerancia al cambio y aversión a la normalidad.
La opinión generalizada es que Macri tomó las decisiones correctas y está en condiciones de conducir el país por la senda del desarrollo. La expectativa es grande.
El resultado de esta epopeya dependerá, también, de la configuración que adopte el tablero de la política internacional, y de si Macri tendrá que articular con Hillary o con Trump.