Por Matteo Goretti
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La Argentina tiene una larga tradición de coaliciones de gobierno estables, a pesar de la debilidad de sus instituciones políticas. Desde el advenimiento de la democracia en 1983, con excepción de la gestión de Fernando de la Rúa -en la que la división interna de su coalición favoreció la caída del presidente-, los gobiernos habían logrado mantener unidos a sus principales integrantes sin mayores contingencias, tanto en las sucesivas administraciones peronistas como en las de Raúl Alfonsín y Mauricio Macri. Es posible que este factor haya contribuido, adicionalmente, a mantener la alternancia en el poder de las dos coaliciones que nos gobiernan desde hace casi cuarenta años: la peronista (en sus diversas versiones) y la no peronista. Las recurrentes crisis económicas no modificaron esta regla ni favoreció la emergencia de una tercera opción capaz de desplazar a las dos tradicionales.
La actual fragmentación del Frente de Todos rompió con esta tradición histórica; una doble novedad si se tiene en cuenta que tiene como protagonistas a las distintas facciones del peronismo, especialistas del poder. Como se sabe, esta disfuncionalidad tuvo su origen en la designación de Alberto Fernández para encabezar la fórmula presidencial por parte de su mentora, la vicepresidenta Cristina Fernández, líder del espacio y con poder territorial y electoral propios.
Incapaz de construir liderazgo a pesar del apoyo electoral obtenido en 2019 y de tener disponible las poderosas herramientas que le otorga la Constitución al presidente de la Nación, Alberto Fernández optó ceder espacios y cargos relevantes a su jefa y a La Cámpora, y las principales “cajas” de la que se abastece la militancia, sin acordar un mecanismo de gestión que evitara los efectos nocivos de semejante desequilibrio.
Sin embargo, fueron otros los acontecimientos que provocaron recientemente la fragmentación del Frente de Todos: el disenso entre ambos Fernández acerca del impacto electoral de la política económica que lleva adelante el ministro Martín Guzmán.
La vicepresidenta y su séquito consideran que el creciente aumento de la inflación y el consecuente deterioro del salario están minando su principal base de apoyo, el conurbano bonaerense, poniendo el serio peligro su liderazgo y la permanencia en el poder más allá de diciembre de 2023. Consideran que no solo podría perderse la presidencia de la Nación sino también la provincia de Buenos Aires -dejando sin cargos ni fondos a La Cámpora- y la posibilidad de la vicepresidenta de ser elegida senadora nacional por ese distrito. Una catástrofe para el kirchnerismo.
Es un escenario sin solución, porque el presidente Fernández considera, por el contrario, que ceder el Ministerio de Economía a su mentora sería entregar el gobierno, tener que irse.
El dato sobresaliente de esta crisis en la coalición de gobierno es que hace imposible la implementación de un plan macroeconómico de estabilización, y mucho menos las reformas que necesita el país para iniciar el camino del desarrollo. Los vetos cruzados entre los sectores kirchnerista y no kirchnerista explican la situación de empate político, la parálisis de la gestión, la creciente crisis económica y el fracaso del plan avalado por el FMI para controlar la altísima inflación. No hay programa de gobierno porque, sencillamente, no puede haberlo.
Sergio Berni, ministro de Seguridad bonaerense, lo sintetizó de esta manera: “este Gobierno no tiene un problema económico, tiene un problema político”. En efecto, la fragmentación política de la coalición oficialista precede y motiva en buena medida la profundización de la crisis económica y la falta de respuestas para salir del atolladero.
Esta situación asoma también en la oposición. Si Juntos por el Cambio no lograse construir una coalición fuerte y unida para gobernar, le resultará imposible implementar y sostener un plan de estabilización y las reformas necesarias para conducir el país hacia el desarrollo nacional. Como en el caso del Frente de Todos, la fragmentación política interna hará fracasar la implementación de cualquier programa que nos saque de la crisis y la decadencia.
Las sonoras divergencias en Juntos por el Cambio testimonian que ese espacio no ha logrado acordar los mecanismos para la construcción de consensos. Con tanta pelea interna y con una multiplicidad de candidatos competitivos, no podemos pedirle a la oposición que defina ahora sus candidaturas -las PASO son la herramienta-, pero sí que acuerde un mecanismo de construcción política y que unifique la opinión hacia afuera en temas relevantes como respuesta a lo que hace y dice el gobierno. Dicho mecanismo de construcción política debería incluir la definición de las bases de un programa de gobierno aplicable a cualquiera del espacio que gane las elecciones presidenciales del año próximo, el sistema de alianzas y un esquema colaborativo de distribución de espacios para sostener la coalición en el gobierno y las políticas reformistas.
Las coaliciones ampliadas para poder gobernar, como la que imagina correctamente Horacio Rodríguez Larreta, si bien son necesarias para salir de la crisis que nos envuelve, suelen ser conservadoras, es decir, mantienen el statu quo; ante cualquier iniciativa de reforma se fragmentan o rompen por las diferencias entre sus socios, que aplican vetos cruzados que paralizan la gestión. La situación del Frente de Todos que acabamos de analizar grafica este problema. El otro antecedente cercano -de mayor gravedad- es el de la Alianza, que en 2001 liquidó anticipadamente el gobierno de Fernando de la Rúa cuando se rompió la coalición entre la UCR y el FREPASO que lo sostenía.
Por lo tanto, la oposición deberá trabajar en dos frentes que muchas veces se contraponen: la ampliación de la coalición para gobernar, incluyendo un sistema de gestión interna basado en la cooperación entre sus socios y, a la vez, el acuerdo sobre un plan de estabilización más una agenda reformista que nos introduzca en la senda del desarrollo. Una tarea intrincada e imprescindible.
Más allá de los deseos, el panorama que nos trae por ahora la política es la fragmentación de las dos coaliciones, lo que presagia que seguirá siendo muy difícil gobernar la Argentina, es decir, construir gobiernos con apoyos amplios y estables que no se fracturen al impulsar políticas reformistas.