Fue fea, como sostuvieron, sin mucha imaginación, casi todos los periodistas y comentaristas italianos (y extranjeros) pero, teniendo en cuenta que las campañas electorales no deben ser evaluadas de acuerdo a criterios estéticos, muchos elementos sugieren que fue una campaña electoral muy útil. Comunicó mucha información a los votantes: sobre el tema de la inmigración y su posible y difícil control; sobre los impuestos, con una pluralidad de propuestas; sobre el mercado de trabajo y cómo hacerlo no tanto más flexible sino más acogedor; sobre el liderazgo, incluso con la indicación –no solo de propaganda– de algunos futuros ministros y, finalmente, dio referencias respecto a las posibles (e imposibles) coaliciones de gobierno y al papel importante e incluso decisivo que desempeñará el Presidente de la República.
Por supuesto, a pesar de toda esta información innegablemente importante, los votantes se encontraron con un instrumento, la boleta electoral, muy desgastado. Sin embargo, comprendieron la relevancia de lo que estaba en juego y no se desanimaron por los comentaristas que seguían temiendo la fuga de las urnas o las complejidades de la ley electoral. Es concebible que haya sido la incertidumbre del resultado lo que funcionó como un factor de movilización, alejando el temido fenómeno de la abstención. Más del 73 % de los votantes italianos han decidido conscientemente que quieren ser tenidos en cuenta.
El resultado fue sorprendente solo para aquellos que saben poco y nada quieren aprender. La insatisfacción de los italianos hacia la mala política, la corrupción y la gestión inadecuada del fenómeno de la inmigración, han incrementado tanto el consenso electoral del Movimiento Cinco Estrellas, que alcanzó más del 32 %, como de la Lega, guiada con gran habilidad por Matteo Salvini, quien con un 18 % supera a Berlusconi y lo relegó definitivamente al pasado. La derrota más seria la sufrió el Partido Democrático de Renzi y su corte de colaboradores siempre obedientes, nunca capaz de contradecirlo y sugerir caminos diferentes. Todos ellos han perdido y deben pensar en dar un paso al costado para iniciar un proceso de construcción de una nueva izquierda plural, no arrogante, reorganizada a nivel territorial y culturalmente mejor equipada, que es casi lo contrario del partido de Renzi. Finalmente, señalo que las listas supuestamente fascistas, concretamente CasaPound y Forza Nuova, han resultado un gran fracaso.
Profundizando el análisis y trazando las probables motivaciones de los votantes, parece plausible argumentar que el voto por el Movimiento Cinco Estrellas es el producto de la combinación entre la persistente insatisfacción con la política italiana de un gran número de votantes y la voluntad de seguir el camino indicado por Di Maio y otros para un gobierno nunca experimentado, pero que ahora es posible, y que, siguiendo una evolución visible en los últimos tiempos, no sea anti-Unión Europea. Por otro lado, es realmente incorrecto afirmar que Cinco Estrellas es un movimiento populista. Un componente populista, el que usualmente llamo una “franja”, ciertamente existe, pero los Cinco Estrellas son mucho más que ese sector. Hay también un reclamo de mayor transparencia política y de no participación en la corrupción y en la malversación.
El centroderecha en general tuvo un buen resultado, pero permanece lejos de la mayoría absoluta de escaños que Berlusconi había anunciado como prácticamente logrados. No le será suficiente encontrar un puñado de parlamentarios disponibles, los llamados “responsables”. Ni siquiera podrá lanzarse al camino que podría haber preferido, es decir, no el de amplios sino -como máximo- el de “medianos” acuerdos con el Partido Demócrata de Renzi. Al menos cien asientos faltarían para que ello fuese viable. En este punto, la pelota está en el campo constitucional del Presidente de la República, Mattarella. Usando sus poderes, para nada desdeñables, el Presidente trabajará para que ambas Cámaras produzcan una solución estable y operativa. De lo contrario, procederá a dar vida a un gobierno del Presidente, o sea, indicado por él, incluso seleccionado los nombres de los ministros. Sin embargo, será un gobierno político, ya que deberá recibir el acuerdo del Parlamento tal como los ciudadanos italianos lo han elegido.
El gran valor de las democracias parlamentarias es su flexibilidad, y durante décadas los italianos han sabido usarla de manera eficaz. Será así también esta vez.