Increíble el lío que se armó con el Papa: que él dice lo que no dijo; que quiere a unos y no a otros; que recibe solo a algunos, a los que piensan como él; que hace política, que no hace política; que es peronista, que es kirchnerista, que no es kirchnerista; que es conservador, que es populista; que perdona, que es rencoroso.
Toda una sucesión de motes y calificativos. Para que haya sido posible, fue necesario que aparecieran voceros no calificados, intérpretes, lenguaraces y aduladores.
Numerosos exponentes de la política argentina opinan sobre lo que hace y no hace Francisco: conjugan, responden, alientan o se oponen a sus palabras, y a sus gestos. La distribución de rosarios de mano del Santo Padre también fue objeto de discusión. Cuántas veces sonríe o la duración de los encuentros son interpretados como manifestación de aprobación o rechazo del Santo Padre a sus interlocutores.
Todos los días se amplía la lista de personas que dicen ser amigos de Bergoglio, o que manifiestan que se encontraron con él, o que aseguran haber recibido un mensaje escrito de su puño y letra o, los más afortunados, un llamado telefónico. Como si el Papa tuviera más éxito que Jesús con la distribución de los panes.
Los políticos que viajan a Roma son clasificados aquí según dos categorías: los que logran una foto con Francisco y los que no.
Esta situación surrealista solo es posible en un país como el nuestro, donde el debate por el debate y el pensamiento mágico definen la agenda y favorecen la presencia en los medios.
Es obvio que el uso de la figura del Papa reditúa, tanto como que los argentinos somos afectos a transformar ciertos hechos normales en novela del mediodía.
Este entuerto tiene dos partes principales, aunque no únicas. Por un lado, el mismo Papa, que para algunos consintió y para otros impulsó esta situación. Señalamos a su favor que Francisco ha preferido mantener relaciones frecuentes con nuestro país, un gesto relevante teniendo en cuenta que ahora es una figura universal. Decidió hacerlo de la manera que lo hizo siempre, a través de los contactos personales (y de los contactos institucionales con los obispos, como debe ser), sin mayores declaraciones. Imaginémonos nuestra reacción si el Papa dejara de recibir a visitantes argentinos.
Por otra parte, el gobierno ha hecho de todo para mostrar que quiere al Papa (y que ese sentimiento es recíproco) y que busca un acercamiento hasta, incluso, trastabillar.
El jefe de gabinete de ministros se convirtió, inesperadamente, en intérprete del pensamiento del Papa y en relator del encuentro de Francisco con Hebe de Bonafini. También señaló que no había conflicto alguno entre el gobierno y el Santo Padre; y que Bergoglio no es kirchnerista ni de Cambiemos, luego de afirmar que “son demasiados gestos para un lado y pocos para el otro”. Luego, anunció que nuestro país está dispuesto a recibir a tres mil sirios en carácter de refugiados, en respuesta a una preocupación del Papa.
Finalmente, el gobierno intentó donar más de 16 millones de pesos a Scholas Occurrentes, una institución mundial que Francisco estima particularmente. Como se sabe, la donación fracasó. Con buen criterio, Bergoglio solicitó a Scholas que no la aceptara, probablemente para no generar mayores sospechas. La postura oficial fue que se aprobó la donación porque “la solicitó Scholas”; en off, un vocero gubernamental señaló a Calíbar: “creímos que el Papa estaba detrás de esta solicitud”. La única respuesta oficial de Francisco llegó de la manera más inesperada: en una carta a Scholas, manifestó “temo que Uds. caigan en la corrupción”.
Nuestro primer pensamiento es que estamos frente a dos problemas: falta de comunicación y falta de comprensión. De comunicación, porque resulta evidente que los canales formales entre el gobierno argentino y el de la Santa Sede han sido deficientes, al igual que los contactos personales que, se dice, existen.
Es de esperar que el nuevo embajador argentino, Rogelio Pfirter, de destacada actuación y experiencia diplomática, contribuya a revertir esta situación. Buena elección del presidente Macri.
La ausencia de una comunicación entre las partes afectó también el plano de la comprensión, provocando una lectura distorsionada de lo que estaba pasando, ¿Cómo es posible que alguien creyera que la decisión de donar a Scholas una millonada de fondos públicos favorecería la relación con el Papa en vez de malograrla, o que moderaría en vez de incrementar la sospecha de que hay conflicto entre el gobierno y Francisco?
La opinión sobre el Papa también dividió aguas al interior de Cambiemos: mientras que resultaba evidente el oportuno esfuerzo del presidente Macri para acercarse a Francisco y mejorar la relación, la diputada Carrió marcaba fuertes diferencias.
Más allá de los gestos, es posible que haya habido o siga habiendo algunos obstáculos que dificultan la relación, como sostuvo la vicepresidenta Michetti. Aquí nos adentramos en el mundo de las interpretaciones. Proponemos algunas.
Allegados a Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires sostienen que el disparador del conflicto se debió a la posición favorable del PRO respecto del aborto no punible y afirman que la reacción del cardenal estuvo dirigida no tanto a Macri, por entonces jefe de gobierno, sino a uno de sus principales colaboradores.
No tenemos prueba de ello. Sin embargo, resulta elocuente la reciente declaración del presidente Macri quien, ante el enviado del Papa al Congreso Eucarístico Nacional realizado en Tucumán, defendió públicamente “la vida desde la concepción hasta la muerte”.
Otra clave para interpretar los gestos del Papa es conocer su formación y, por consiguiente, cómo piensa.
El Papa está formado en (y es parte de) la Iglesia; y su visión y función es, sobre todo, pastoral. Le interesa la pobreza no como un dato de la realidad sino como un flagelo que debe ser combatido y modificado. Considera al capitalismo (y al comunismo) no como fuente de riqueza o motor del crecimiento sino como causa de que millones de habitantes del mundo estén en la marginalidad. Liberalismo y mercado son dos conceptos (dos realidades) asociadas al capitalismo, merecen la misma consideración.
Bergoglio confía en los movimientos sociales porque considera que asisten a las personas en situaciones graves como la marginalidad, que el capitalismo no entiende, o desatiende.
Para Francisco (para la Iglesia), el desarrollo no es solo individual, sino sobre todo colectivo. El Papa cree en las instituciones de la familia y del matrimonio, que el paradigma de la modernidad sostiene que están en crisis.
Francisco (la Iglesia) interpreta la realidad a través de un pensamiento complejo que incorpora conceptos como la solidaridad, el perdón, el consenso, la cercanía y la autoridad, que son categorías que también forman parte de la política en general, aunque no de todas las políticas en particular. Si bien están presentes en ambos marcos valorativos, son conceptos que tienen un peso relativo diferente, y cuyos significados varían.
Este es un dato clave porque nos permite inferir que el Papa realiza su valoración teniendo en cuenta las políticas que se acercan y las que se alejan de esta matriz ideológica, lo que le permite diferenciar los buenos gobiernos de los malos: los primeros, los que se preocupan por bajar los niveles de pobreza, los que buscan consensos, los que generan trabajo, los que se ocupan también de los débiles; los segundos, los que contribuyen a aumentar la marginalidad, los que favorecen a los más ricos, los que rechazan acuerdos amplios.
En este sentido (aunque la traslación no es automática), es posible que la reducción del gasto público, el aumento de tarifas y la disminución de los subsidios sociales adquieran, desde la visión de la Iglesia, una connotación negativa. Mientras que el gobierno de Macri considera que estas políticas permiten sanear la economía del país, es posible que el Papa considere que amplían la desprotección de los más débiles y que, por lo tanto, requieren corrección.
Finalmente, la consideración de que ambas dimensiones –la solidaridad y la política- están vinculadas, impulsó a Francisco a asumir una misión trascendental, un rol moral, a renovar un mandato que, si bien no es nuevo en la Iglesia, recobra vigor y actualidad. El Papa lo resumió de esta manera: “Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres”.
Esta voluntad explica también la postura activista de Francisco frente a lo que considera los males del mundo moderno; impone un estilo. Este es un Papa que opina públicamente, asume posiciones fuertes, cuestiona la realidad, marca diferencias con otros liderazgos.
Sin embargo, ninguna de las interpretaciones que hemos propuesto echa luz sobre los criterios que aplica Francisco para aceptar o rechazar las solicitudes de audiencia. Que el Papa recibe a los peronistas porque es peronista es, a todas luces, una explicación insuficiente. A pesar de las numerosas gestiones, nunca aceptó recibir a Hugo Moyano ni a Sergio Mazza, por solo mencionar a dos encumbrados peronistas; mientras que no dudó en hacerlo con Oscar Parrilli apenas alejado de la conducción de la ex SIDE. No creemos que haya otros casos en los que el Papa haya recibido y se haya fotografiado con un ex jefe de los espías de algún gobierno. Inexplicable en un líder, como Francisco, que considera la comunicación una herramienta fundamental, que planifica sus gestos, que le da valor a la palabra.
Igual de inexplicable fue la actitud distante que le dispensó el Papa al presidente Macri cuando lo recibió en el Vaticano. Algunos comentan que fue en rechazo al liberalismo que presuntamente expresa el presidente argentino Macri, sin advertir que Obama fue objeto de una recepción cálida y de un gesto sonriente por parte de Francisco.
Algunos que dicen conocer al Papa desde los tiempos en que se desempeñaba como obispo afirman que este tipo de actitudes anuncian que Francisco tiene temas pendientes con el destinatario de sus gestos, un comportamiento que le cuesta revertir.
En definitiva, estas reflexiones no se limitan a sostener que lo que dice (o no dice) y hace (o deja de hacer) el Papa impacta sobre la política, cosa que resulta obvio, sino que las lecturas políticas sobre Francisco deberían realizarse atendiendo a una matriz conceptual diferente de la que es propia de la política, y a un estilo muchas veces inescrutable.
Es posible que una mejor comprensión de estos hechos, de las diferentes matrices de pensamiento, y de los estilos (que juegan un papel importante) activen un acercamiento entre el gobierno y Francisco, que será progresivo. Es evidente que Macri lo desea y lo busca; pareciera que el Papa se encamina en la misma dirección.