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Informe estratégico sobre Argentina

Número 81 6 de enero 2021

Los fulgores de la nada. El gobierno evidencia una pasmosa ausencia de conducción y liderazgo

Sociedad, Estado, Gobierno. La Argentina evidencia deficiencias muy marcadas en estos tres componentes esenciales de un país. Por lo tanto, no esperemos un éxito rotundo y rápido en algo tan complejo como el combate de una pandemia. A la vez, las ineficiencias en la lucha contra el COVID-19 son simplemente una muestra fatídica de lo que nos pasa en otros órdenes de nuestra vida social desde hace décadas.

Por Luis Tonelli

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Esto tanto pone en contexto la actuación del gobierno del Presidente Alberto Fernández (la gestión de la pandemia se he demostrado sumamente difícil en el mundo) como también marca la responsabilidad que tienen los Poderes Ejecutivos en enfrentar la crisis y tratar de compensar con su acción enérgica e inteligente las deficiencias estatales y sociales.

Claramente, este no ha sido el caso por nuestras playas. El Gobierno no solo no resuelve problemas, sino que agrega problemas adicionales, no todos -ni mucho menos- causados por la crisis del coronavirus. Obviamente el contexto sirve tanto para desnudar nuestras fallas como para disimularlas con un castellano “en todas partes se cuecen habas”.

Más allá de juzgar la calidad de los funcionarios del Gobierno de Alberto Fernández -la mayoría de ellos curtidos en años de gestión en otros gobiernos, lo cual los exime de escudarse tras la falta de experiencia, como hicieron los CEO´s de Mauricio Macri- la evidencia nos lleva a posar nuestra mirada sobre el funcionamiento mismo de la coalición de gobierno y su efecto sobre la gestión.

La idea que se ha formado tanto en los medios críticos como los oficialistas, es que Alberto Fernández es un simple delegado de la líder y jefa real de la coalición de gobierno, quien obviamente sería la vicepresidenta y ex presidenta Cristina Fernández viuda de Kirchner. O sea que, como hemos dicho sardónicamente alguna vez, la creatividad argentina se manifestaría una vez más al generar un inédito “hipervicepresidencialismo de coalición” (HVP) -lo que llevaría a justificar, cuanto menos, una nueva entrada en el Diccionario de Ciencia Política de Bobbio y Bovero-.

Sin embargo, los claros y sonoros arrestos de semejante HVP se han venido manifestando mas que en decisiones y avances políticos, en frustraciones políticas y los correspondientes lamentos de la Señora Vicepresidenta, comunicados al estilo evangélico-apostólico, en modo epistolar a los Conurbanensis -en vez de a los Tesalonicenses-.

Esto nos lleva a preguntarnos por el carácter monolítico de la jefatura vicepresidencial y su efecto jerárquico y coordinador sobre la coalición panperonista. Si Alberto Fernández fuera un mero delegado que cumple órdenes, ¿por qué CFK se queja amarga y públicamente de los funcionarios que no funcionan, de los gobernantes que no gobiernan, y de los gestores que no gestionan en vez de directamente no echarlos a patadas?. Funcionarios y gabinete que al otro día de recibir semejante admonición son felicitados por el Presidente, quien por otra parte, siempre agradece y hace suyas las palabras de “Cristina”.

Ojo que decir esto, no es lo mismo que volver a la ensoñación ingenua inicial de mucho de tragarse al “caballo de Troya transparente” que fue la fórmula “Doble Fernández” esforzándose por no ver a la ex presidenta exhibiéndose sin pudor en su cristalino abdomen. Por el contrario, lo que señalamos es que a los problemas de confianza por la dirección política y espiritual del gobierno hay que sumarle un guión de enredos y desaguisados propios de comedia de Sitcom (para los millenials, o de Dario Vittori si así gustan los premillenials).

En su debilidad conmovedora, el Presidente Alberto Fernández en algunos aspectos claves utiliza la conocida forma del “se obedece pero no se cumple” de tiempos de la Colonia. Lo cual da un magnifico juego de reflejos infinitos para los que estamos encerrados en esa caja de espejos: el divorcio entre palabras y realidades para con la ciudadanía, para con la oposición, para con el peronismo, para con la coalición, para con la vicepresidenta. ¿Cuál es la verdad en el Gobierno de la Post Verdad, en el cual – y valga como botón de muestra- a propósito del manoteo nacional y peronista a los fondos de la Ciudad, su culto Ministro del Interior puede, a sabiendas, tergiversar cada artículo de la Constitución que invoca en un twitter, cuando esos mismos artículos ponen en evidencia la ilegalidad de como se ha procedido?.

Utilicemos la Navaja de Occam para ir a lo esencial sabido (evitando cortarnos con ella): Alberto Fernández fue elegido por tres cualidades 1) no obviamente su lealtad -puesta en duda por todas sus manifestaciones anti K a partir de su renuncia en el 2009- pero si por “parecer” al menos “controlable” -ABC de la política de delegación-. 2) por su capacidad de influencia y operación sobre la Justicia, y muy en especial la Corte Suprema respecto a las causas contra CFK S.A. y 3) por habilitar el mito del retiro a cuarteles de invierno de esa abuelita amorosa en la que se había convertido la ex presidenta, en su semi exilio caribeño, y permitir así la juntada del panperonismo (kirchnerismo, massismo, movimientos sociales, gobernadores, intendentes, sindicatos) clave en la victoria frente al ahora disperso electorado que, unido, le había dado la victoria a CAMBIEMOS en el 2015.

CFK puede despotricar contra el acercamiento al FMI -que ella misma avaló- o contra la gestión de la pandemia -cuando fue ella la que impuso la vacuna rusa-. Pero, en realidad, la principal fuente de encono contra el Presidente es precisamente en lo que hace a su gestión para lograr lo que era el primer objetivo del retorno al poder del kirchnerismo: namely, el asegurarse la “impunidad del rebaño”, o sea el fin de las causas por corrupción kirchnerista.

Frente a esa cuestión primordial, ya que tras las rejas el kirchnerismo no tendría demasiado futuro, ha habido mucho proyecto, mucha amenaza, mucha pirotecnia pero ningún avance significativo. De allí la bronca K contra la Corte Suprema de Justicia que aparece (hoy) como el principal stopper contra su impunidad.

El Presidente, obviamente, se puede excusar diciendo que tiene algunos problemitas nuevos por el cambio de rubro, que hoy gestiona un enorme parripollo y que tuvo que dejar su anterior actividad de influencer, pero nadie puede creer que ha borrado todos los números que tenía en la WA relacionados con dinámica judicial. Es más, la diatriba vicepresidencial en términos de nombres propios que “no funcionan” no es contra G.G.G. (lease JE JE JE, o sea Ginés González García) o Martín Guzmán, el novel Ministro de Economía. Los dardos off the record están dirigidos en cambio contra Marcela Losardo, Ministra de Justicia, amiga y socia de buffet de abogados del Presidente, de Vilma Ibarra, secretaria legal y técnica de la Presidencia -, de Gustavo Beliz, etcétera, etcétera.

Las quejas tienen que ver con otra cosa: es que cuando el kirchnerismo habla de lawfare y reforma judicial -en lo que es para ellos, la judicialización de la política-, estos funcionarios albertistas entienden lo contrario, o sea la necesidad de cortar la politización de la justicia. Y en su equilibrio inestable, y ciñéndonos a los hechos, Alberto Fernández hace suyas las palabras de CFK mientras apoya la gestión (o cajoneo de las iniciativas K) de sus funcionarios.

Ante tantos fulgores de la nada, conviene utilizar entonces el manual de la realpolitik , para filtrar tantas palabras e imágenes contradictorias. El Presidente puede aducir no saber, no poder o no querer. Pero lo cierto es que su propia supervivencia depende de que la “espada de Damocles” de las causas judiciales sigan pendiendo sobre las cabezas kirchneristas, y muy especialmente, la de su madrina. Tanto como eso le conviene a la Corte Suprema, que es así la principal socia en el “espanto” del Presidente.

La vice presidenta no puede tirar de la soga sin poner en juego la unidad de la coalición, ni tampoco puede forzar demasiado su acción contra el ajuste encontrando en el populismo de gestos y el neliberalismo del Excel el compromiso para triunfar en las urnas (contando con la complicidad de los inefables libersaurios para seguir dividiendo el voto opositor -y con la supusta segunda oleada del COVID para suspender las P.A.S.O. y quien sabe que otra cosa-. Para todo lo demás, la ilusión en una buena cosecha y una buena vacuna.

Juego posible mientras llegue el momento crítico, si falla la operación K sobre la Justicia, de tener que dictar una autoamnistía o que el mismísimo Presidente indulte, en caso de condena firme. Verbigracia: ¿lo hará si llega el caso con Amado Boudou y Julio de Vido?. Preguntas como para ir orejeando durante las vacaciones el 2021, que esperamos un poco más benévolo que el fatal 2020.

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