Por Matteo Goretti
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En el Frente de Todos, sus estrategas habían intentado instalar una campaña que recuerda a las del PRO de Marcos Peña: no pelearse, no entrar en debates acerca de las dificultades del presente, moderar posturas ideológicas, no referirse a los errores del gobierno ni instalar temas de fondo, hablar del futuro y que las cosas están cambiando para mejor. La primera precandidata a diputada nacional bonaerense por el partido del gobierno, Victoria Tolosa Paz, se parece más a un votante promedio del PRO de San Isidro que a una militante K.
El dato sobresaliente es que en los tres episodios inesperados mencionados más arriba el presidente Alberto Fernández tuvo el protagonismo central, que mantiene, lo que ha provocado una caída significativa en su imagen pública y la implosión de la campaña de sus candidatos.
La fiesta de cumpleaños en Olivos con el presidente de la Nación presente, en violación de las restricciones impuestas por él mismo, rompió con el mensaje de paz y amor de la campaña kirchnerista. Alberto Fernández tardó en reaccionar, y cuando lo hizo empeoró la situación, con el consiguiente costo adicional.
En vez de seguir el camino de la moderación y el apartamiento, Alberto Fernández decidió ir por la radicalización, por ejemplo, cuando –sin que nadie lo llamara– justificó la acción de adoctrinamiento de alumnos por la maestra K, que resignificó al tildarla de “debate formidable”.
En Juntos por el Cambio lo inesperado surgió de dos decisiones personales: el pase de María Eugenia Vidal a la ciudad de Buenos Aires y el ingreso a la política del neurocientífico Facundo Manes en Provincia. Ambas novedades impactaron fuertemente en la interna.
La combinación de eventos inesperados desenfocó las campañas de los candidatos de la coalición opositora. Surgió la interna de la interna, haciendo prevalecer los ataques entre sus dirigentes sobre la necesidad de atraer el voto independiente. Esta situación coincidió –no casualmente– con una campaña débil, carente de propuestas. Sólo recientemente las cabezas de lista del PRO, Diego Santilli y María Eugenia Vidal, están instalando temas que buscan polarizar con la oferta K, como el crecimiento de la pobreza, la inflación y la inseguridad, la falta de trabajo, los déficits de la educación pública y el desmanejo sanitario durante la pandemia.
El caso de Facundo Manes es más sorprendente. Muy buen candidato, por alguna razón desperdició por ahora la expectativa que genera el ingreso a la política de una personalidad conocida y prestigiosa. Su estrategia está centrada en hablarle a un público muy reducido -el voto UCR duro- y a capturar alguna porción de electores del PRO mediante la denuncia de que es víctima de una campana en su contra. Manes casi nunca se refiere al gobierno; prefiere polarizar con Larreta antes que con los K. No muestra interés por incorporar al votante independiente y el voto desencantado peronista. Su campaña se basa en el autoelogio y en la presentación de temas alejados de las preocupaciones inmediatas de la gente. A primera vista, buscaría sobre todo posicionarse dentro de la estructura de poder de los caciques radicales aún a riesgo de hacer una elección pobre. Su estrategia presenta otro problema en el corto plazo: para la elección general de noviembre próximo deberá integrar la lista con otros candidatos de la coalición a los que acusó de complotar contra él y sobre los que dijo desconocer sus ideas.
Estos episodios inesperados están impactando también en los seguidores leales de las fuerzas políticas, obligando a los estrategas de campaña a hacer jugar a Cristina Kirchner y Mauricio Macri con el fin de fidelizarlos. Ambos ex se habían mantenido alejados para facilitar la captura del voto más lábil e independiente por parte de sus candidatos.
El otro dato significativo es que las próximas elecciones se presentan como un mecanismo central para dirimir cosas importantes de la política, a pesar de ser de medio término. Para el gobierno, el resultado en la provincia de Buenos Aires marcará la diferencia. Si pierde, o gana por muy poco, se abrirá una crisis de autoridad y de cambios en el gabinete nacional. Una victoria más amplia del oficialismo provocará una mayor radicalización del modelo.
Para la coalición opositora, las elecciones de este año servirán para definir los liderazgos y la reconfiguración de la alianza entre el PRO y la UCR. Una victoria en la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires consolidará la figura de Horacio Rodríguez Larreta como candidato natural a la presidencia del país, máxime si Santilli le saca una buena diferencia a Manes. Sin embargo, los realineamientos cambiantes dentro del partido radical auguran la presencia de un candidato de esa fuerza para competir con Larreta por el liderazgo de Juntos por el Cambio con vistas a 2023.
El PRO y la UCR buscan lo mismo, pero parten de lugares diferentes: el primero, de la figura de Larreta, apalancado por su buena gestión de gobierno e imagen positiva a nivel nacional. Los radicales, trabajan para la emergencia de una candidatura nueva y competitiva, que les permita construir algo diferente y alejado del pasado para tener más peso en la coalición. Se espera que las elecciones diriman por los votos lo que los dirigentes no pudieron resolver, un mecanismo sano y de resultado irrefutable.