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Informe estratégico sobre Argentina

Número 92 8 de septiembre de 2021

Estados Unidos sale de Kabul y Chile quiere el Atlántico Sur: dos enseñanzas para la política exterior argentina

Para los relativamente pocos que seguimos los pormenores de los temas internacionales y de la política exterior Argentina, estas últimas semanas han tenido dos cuestiones excluyentes. La primera, de gran repercusión global, es el retiro final de los últimos 2500 efectivos militares americanos de Kabul y el caótico intento de decenas de miles de afganos de escapar del país. La otra, de escala regional, es la decisión del gobierno de Chile de demarcar de manera unilateral la proyección marítima del país trasandino hacia el Atlántico al sur, más allá del punto F establecido por la mediación Papal en 1984.

Por Fabián Calle

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Comencemos por el primero. Tomando en cuenta el ADN de sectores ideologizados del kirchnerismo, las imágenes del aeropuerto de Kabul ofrecerán por un buen tiempo clichés sobre “la decadencia del poder americano” así como de la conveniencia de “apostar a ganador”, o sea China y en menor medida, Rusia, lo que podría impactar en el rumbo de la política exterior de nuestro país. Ese relato no debe ser tomado como algo intrascendentes y fugaz, dado que el tema de la compra de vacunas por parte del gobierno nacional puso sobre la mesa una lógica que marginó hasta muy recientemente la adquisición de dosis estadounidense. Beijing y Moscú fueron mostrados como los socios y aliados de la Argentina, en tanto que a los EE.UU. se le reservaba el lugar de un ameno espacio de diversión gracias a los parques de Walt Disney. Luego, los problemas de vacunación y los retrasos en la llegada de las dosis rusas, motivaron la recepción de las donadas por Washington y los avances en las negociaciones con Pfizer. Las elecciones de este año y los mas de 100 mil muertos obligaron al gobierno a arriar esas banderas. La historia, la medicina y las estadísticas nos dirán cuántas personas murieron innecesariamente por los errores de la actual administración nacional. Por confundir relato con realidad, al gobierno Fernández le pasó inadvertido que la admirada China procedía a firmar un acuerdo con Pfizer para producir mil millones de dosis en plantas del país asiático. Paradoja tragicómica de un país subdesarrollado y vulnerable que desarrolló políticas mas ásperas y distantes con los EEUU y sus grandes laboratorios que la misma potencia oriental que se propone desplazarlo de su posición hegemónica en los próximos 30 años.

Lo visto por televisión y redes sociales en Kabul generó una corriente de opinión en los sectores anti EE.UU. en Argentina al emparentarla con Saigón 1975. El mensaje subliminal era claro: asistíamos a un segundo Vietnam y por ende a un golpe duro al poder americano, que confirmaba su pérdida de influencia a nivel global. Desde ya, en 1975 la foto del helicóptero en la terraza de la de la embajada americana en Vietnam del Sur era un árbol que tapaba el bosque o lo verdaderamente relevante que estaba ocurriendo. Nos referimos al fuerte acercamiento geopolítico entre Washington de Richard Nixon y Henry Kissinger con Beijing del ya anciano Mao a partir de 1972. Así como la decisión de Vietnam del Norte, ese mismo año, de pedir la firma de un acuerdo de paz después de meses de devastadores bombardeos aéreos por casi dos centenas de aviones B 52 de la Fuerza Aérea de los EE.UU. El cese del fuego, firmado en Paris, derivó en una aceleración de la retirada masiva de fuerzas terrestres americanas de Vietnam. La crisis de Watergate y la consecuente renuncia del presidente Nixon en 1974 convenció a Vietnam del Norte de llevar a cabo un asalto militar masivo contra el Sur, sabiendo que la Casa Blanca, con la llegada de su sucesor, Gerald Ford, debilitado por los acontecimientos, no tenía la más mínima intención de intervenir para impedirlo. Sólo cinco años después, en 1979, los regímenes comunistas de la Vietnam unificada y la China pos Mao, chocaban en una guerra fronteriza.

En el caso de Afganistán, la planificación militar americana pos ataques terroristas del 11.9.2001 nunca recomendó una guerra de dos décadas. El consejo de entonces fue una operación breve y contundente, de poco más o menos un año de duración, con el propósito de destruir la infraestructura de Al Qaeda, matar a sus principales lideres, debilitar al extremo al régimen del Talibán y desplazarlo del poder y reforzar con armas, asistencia económica y de inteligencia a los clanes y milicias anti talibanes en ese territorio. Para fines del 2002, todo eso había sido logrado. Los 19 años que le siguieron no respondieron a un interés estratégico militar de los EE.UU. sino a las delirantes ideas neoconservadoras que por el 2002 y años posteriores proponían construir un Estado estable y democrático en ese desolado territorio y, luego, en Irak. Será Donald Trump quien en 2020 puso las cartas sobre la mesa para afirmar lo que se sabía desde hacía dos décadas: que Washington no tenía algún interés clave allí.

En las ultimas semanas se han publicado impactantes estadísticas sobre los EE.UU. en Afganistán. Una de ellas, el haber invertido en la guerra y asistencia poco más de 2 trillones de dólares, algo así como cuatro Argentinas y un Brasil. En lo que respecta a bajas en combate, sumaron 2600 soldados americanos fallecidos y entre 41 y 50 mil milicianos talibanes abatidos.

Por ultimo, pero no menos importante, es haber logrado el cumplimiento del cese del fuego por parte de los talibanes contra afectivos americanos por el acuerdo con la administración Trump a comienzos del 2020, que prosiguió durante las semanas pasadas en el aeropuerto de Kabul. El propio Jefe de la CIA mantuvo hace pocos días reuniones en la capital afgana con los mandos políticos y militares del Talibán.

Las imágenes del caos en el aeropuerto de Kabul de los extranjeros y afganos tratando de huir del país dieron la vuelta al mundo. Las razones de estos desbordes se pueden buscar en el excesivo empoderamiento de la administración Biden a las agencias civiles como el Departamento de Estado y el Consejo Nacional de Seguridad, en detrimento del Pentágono y el Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. más experimentados para enfrentar desafíos como este.

Trasladémonos ahora al otro episodio reciente de envergadura para nuestra política exterior: la vocación expresa del gobierno de Chile de proyectarse en el Atlántico Sur. Esta decisión  es un hecho político-diplomáticos de gran relevancia, que condicionará la relación con el país trasandino en los años por venir. Para un observador desapasionado y metódico de la relación bilateral, era evidente que se venían acumulando factores que podían más temprano que tarde derivar en lo que sucedió. Argentina había logrado -sorpresivamente- durante casi 20 años mantener una política de Estado referida a los estudios para la extensión de la plataforma continental para su presentación en el ámbito de las Naciones Unidas. Chile avanzó a paso muy lento en el mismo sentido. Sin embargo, los gobiernos kirchneristas avanzaban en su expresión nacionalista sin desarrollar el necesario respaldo de las capacidades militares ni de alianzas internacionales. La combinación de retorica épica y argumentos legales no siempre resulta suficiente para garantizar una fórmula ganadora en la dura política internacional, en la que priman los intereses y el poder.

Del otro lado de la frontera, a partir de octubre de 2019 el gobierno chileno se vio jaqueado por protestas violentas, en donde se combinaron insatisfacciones de los sectores medios chilenos y agitadores políticos con el respaldo quizás no solo retórico del eje castrista. En esas violentas semanas, las FF.AA. fueron llamadas a poner orden. Las mismas reclamaron directivas claras y respaldo político y legal a sus acciones. En este contexto el presidente chileno, Sebastián Piñera, ante la necesidad de mostrarse firme y reunir apoyos de sectores políticos y militares, avanzó  en un tema caro al nacionalismo chileno como son los limites en los mares del sur. No es poco para alguien que viene luchando para sobrevivir y concluir su mandato. Las líneas trazadas por Chile en las aguas al sur del punto F están para quedarse. La Argentina deberá priorizar la búsqueda de  consensos internos en esta materia y un fluido y realista dialogo permanente con el país trasandino, sin contaminar otras áreas como el comercio, las inversiones, el turismo, etc. El gobierno actual debe iniciar ya ese proceso. El poder político deberá abstenerse de hablar sin la prudencia y la inteligencia que requieren estos temas y mucho menos usarlos como jueguitos para la tribuna.

Si la retirada del último contingente de fuerzas americanas en Kabul marca el fin de una innecesariamente larga presencia americana en Afganistán, el intento chileno de proyectarse en el atlántico Sur pone blanco sobre negro lo insuficiente que quedó el relato nacionalista épico del que es afín el kirchnerismo. Los nacionalismos desdentados mantienen su apogeo hasta que otro nacionalismo dentado decide mostrarle la cruda realidad.

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